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dc.creatorMartínez Merino, Javier
dc.date2011-07-07
dc.date.accessioned2016-05-02T22:04:17Z
dc.date.available2016-05-02T22:04:17Z
dc.identifierhttp://revistas.ucr.ac.cr/index.php/intersedes/article/view/779
dc.identifier.urihttps://hdl.handle.net/10669/20482
dc.description“El hombre –escribió Ortega y Gasset–no tiene naturaleza, lo que tiene es historia”. Si pretendemos conocer la naturaleza de una institución, será preciso enhebrarnos por su historia, beber en las fuentes que nutrieron sus primeros pasos, sentir los balbuceos que han podido llegar hasta nosotros, los miedos que obligaron a sus primeros miembros a constituir la institución; las necesidades, como el pan que nos nutre, que satisficieron en esta institución hasta el punto de llamarla: ALMA MATER. Nuestra ALMA MATER, la universidad, es la institución más antigua de occidente, después de la iglesia católica. Para conocerla será preciso penetrar por los recovecos de los siglos oscuros de la Edad Media, cuando nace, allá por el siglo XII.es-ES
dc.formatapplication/pdf
dc.languagespa
dc.publisherUniversidad de Costa Ricaes-ES
dc.rightsCopyright (c) 2014 InterSedeses-ES
dc.sourceInterSedes; Vol. 2, Núm. 2-3 (2001)es-ES
dc.sourceIntersedes; Vol. 2, Núm. 2-3 (2001)en-US
dc.sourceIntersedes; Vol. 2, Núm. 2-3 (2001)pt-PT
dc.source2215-2458
dc.titleLUCEM ASPICIO: ME DIRIJO HACIA LA LUZes-ES
dc.typeartículo original


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