Ciencias Sociales 95: 125-147, 2002 (I) La revista Ístmica, de la Facultad de Fi- losofía y Letras de la Universidad Nacional (He- redia), publicó en su primer número, corres- pondiente a 1994, un interesante testimonio del escritor y académico guatemalteco, Mario Roberto Morales1. La crítica sistemática y sin concesiones de la sociedad y la cultura costarri- censes posteriores a 1980, que figura en tal tex- to, es excepcional porque, durante los siglos XIX y XX, los intelectuales procedentes del resto de Centroamérica, de paso por Costa Rica o asen- tados en su suelo, tendieron a expresarse de es- te país en términos cargados de admiración y elogio. La lista –sin ser exhaustiva– de quienes no vacilaron en dejar constancia de su aprecio por la Costa Rica que visitaron o en la que vi- vieron, entre las décadas de 1890 y 1950, in- cluiría al novelista guatemalteco, Máximo Soto Hall (1897), al ensayista y filósofo social salva- doreño, Alberto Masferrer (¿1899-1900?), al po- lítico e intelectual hondureño, Froylán Turcios EL TELÓN DESCORRIDO: CLEMENTE MARROQUÍN ROJAS Y MARIO SANCHO EN LA COSTA RICA DE 1935 Iván Molina Jiménez RESUMEN El presente artículo analiza la influencia que un ensayo del escritor guatemalteco, Cle- mente Marroquín Rojas, pudo tener en la elaboración del folleto, Costa Rica, Suiza Centroamericana, publicado por el profesor costarricense Mario Sancho en 1935. La crítica realizada por Sancho de la sociedad costarricense de entonces es un texto clave de la historia intelectual costarricense, y fue una de las principales fuentes ideológicas de los jóvenes que en 1940 fundaron el Centro para el Estudio de los Problemas Na - cionales, uno de los antecedentes del Partido Liberación Nacional (1951). ABSTRACT This article analizes to what extent an essay from the Guatemalan writer Clemente Marroquín Rojas, has exerted some influence in the writing process of the pamplet, Costa Rica Suiza Centroamericana, published by the Costa Rican professor Mario Sancho in 1934. The critic made by Sancho of the Costa Rican society of this period constitutes a key text of the Costa Rican intellectual history, and it became one of the main ideological sources for young intellectuals that funded the Centro para el Estu - dio de los Problemas Nacionales in 1940, one of the basis for the further creation of the Partido Liberación Nacional (1951). 1 Morales, Mario Roberto, “La Costa Rica que yo an- sío (Letanías de un chapín)”. Ístmica. Heredia, no. 1 (primer semestre de 1994), pp. 80-93. COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO 126 Iván Molina Jiménez (1924), y a un amplio conjunto de nicaragüen- ses: entre otros, los poetas errantes Rubén Da- río (1892) y Salomón de la Selva (1930), la edu- cadora Josefa Toledo de Aguerri (1920), el pe- riodista Rubén Valladares S. (1943) y el escritor Manolo Cuadra (1950)2. El énfasis en las virtudes de la sociedad costarricense, que predomina en sus prosas y versos, podría obedecer a que verdaderamente simpatizaron con el país que –por corto o largo tiempo– los acogió; pero cabe considerar otra explicación, complementaria más que exclu- yente. El apoyo de los círculos intelectuales y políticos que dominaban la esfera pública era esencial para transitar exitosamente por Costa Rica o para insertarse en su mercado cultural. La identificación con la visión oficial del país, que tal condicionante suponía, fue lo que re- chazó Morales a fines del siglo XX, y antes de él, otro escritor guatemalteco, cuyo paso fue cu- bierto por el olvido, y quien trabajaba en el San José de 1935. 1. MARIO SANCHO Y COSTA RICA, SUIZA CENTROAMERICANA El escritor cartaginés, Mario Sancho (1889-1948), publicó a finales del año 1935, en la tipografía “La Tribuna”, un opúsculo titulado Costa Rica, Suiza centroamericana 3, el cual re- copila dos de sus ensayos. El primero y menos radical de esos textos circuló originalmente en diciembre de 1932, en Repertorio Americano, la célebre revista cultural que el profesor Joa- quín García Monge editara en San José entre 1919 y 1959. El artículo en cuestión, bajo el tí- tulo “Crisis económica y moral”4, se concentra en denunciar la falta de cultura y sensibilidad social de las “clases altas”, y fue presentado co- mo un “capítulo de un libro en preparación”, lo cual evidencia que su autor se proponía perse- verar en su esfuerzo por criticar la sociedad costarricense de la década de 1930. El examen de la producción impresa de Sancho, sin embargo, patentiza que entre 1933 y 1934 dejó de lado el proyecto expuesto en 1932 y se ocupó de otros tópicos, en especial de carácter literario5. La discusión de los males de la Costa Rica de su época solo la reanudó en el segundo ensayo que integra el folleto impreso en 1935, el cual constituye la crítica más impla- cable y amarga que intelectual costarricense al- guno haya escrito sobre su propio país. El texto indicado versa, entre otras “angustias y desen- cantos”, sobre la ineficacia de la educación, el carácter clasista del sistema judicial y de la es- tructura tributaria, la índole fraudulenta de las 2 Soto Hall, Máximo, “Á Costa Rica”. Gagini, Carlos, ed., El lector costarricense, t. 3 (Barcelona, Im- prenta de Heinrich y Cía, 1901), pp. 102-104. M a sferrer, Alberto, “En Costa Rica”. Hombres, ciu - dades, paisajes, t. I I (San Salvador, Universidad Autónoma de El Salvador, 1949). Turcios, Froylán, “Costa Rica”. Repertorio Americano. San José, 28 de julio de 1924, p. 300. Darío, Rubén, “Costa Ri- ca”. Picado, Teodoro h., ed., Rubén Darío en Costa Rica (segunda parte. 1891-1892) (San José, Im- prenta Alsina, 1920), pp. 73-74. Toledo de Aguerri, J o s e f a , Al correr de la pluma (Managua, Tipografía y Encuadernación Nacional, 1924), pp. 17-46. Sel- va, Salomón de la, “Canto a Costa Rica”. R e p e r t o - rio Americano. San José, 13 de septiembre de 1930, pp. 150-151. Valladares S., Rubén, V i a j a n d o por tierras ticas (León, s. ed., 1943). Cuadra, Ma- nolo, “Costa Rica, pueblo extraño”. El gruñido de un bárbaro. Visiones y confesiones ( M a n a g u a , Nueva Nicaragua, 1994), pp. 130-140. La fecha ori- ginal de publicación se indica entre paréntesis. El poeta de la Selva hizo algunas críticas a la pintura costarricense de la década de 1930, y un compa- triota suyo, Francisco Ibarra Mayorga, dio a cono- cer en 1948 un folleto titulado La tragedia del ni - caragüense en Costa Rica (San José, Imprenta Bo- rrasé, 1948). Molina Jiménez, Iván, “Entre Sandi- no y Somoza. La trayectoria política del poeta Sa- lomón de la Selva”. S e c u e n c i a . Revista de Historia y Ciencias Sociales. México, No. 53 (mayo-agosto, 2002), pp. 153-154. 3 Sancho, Mario, Costa Rica, Suiza centroamericana (San José, La Tribuna, 1935). 4 Sancho, Mario, “Crisis económica y moral. Ideales en baja. Una clase adinerada y sin educación. De unos maestros que ya debieran despertarse (Capítu- lo de un libro en preparación)”. Repertorio America - no. San José, 3 de diciembre de 1932, pp. 333-334. 5 Ovares, Flora y Araya, Seidy, eds., Mario Sancho, el desencanto republicano (San José, Editorial Costa Rica, 1986), pp. 340-341. La única excepción conocida es un artículo que Sancho escribió en apoyo a la huelga bananera de 1934, el cual no consta en la bibliografía de Ovares y Araya. San- cho, Mario, M e m o r i a s (San José, Editorial Costa Rica, 1961), pp. 257-260. 127El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 elecciones, el egoísmo y la incultura de los ri- cos, el desamparo de los pobres, la desmoraliza- ción de unos y otros, la expansión de la buro- cracia, el despilfarro de los fondos públicos y una corrupción creciente. El cuestionamiento totalizador de San- cho, que inspiró un ensayo similar publicado en 1938 por la escritora Yolanda Oreamuno6, goza de un amplio prestigio entre los estudio- sos de la literatura costarricense. Las investiga- doras Flora Ovares y Seidy Araya, por ejemplo, en un texto fechado en 1984, afirman: En Costa Rica, Suiza centroamericana (1935), obra de madurez, Sancho mues- tra un concepto de la escritura como ve- hículo de educación cívica. Utiliza su pluma para fustigar las máculas de la de- mocracia liberal y desmitificar los este- reotipos vigentes. Señala, entonces, los pecados que contra la plenitud democrá- tica, cometen los diversos estamentos sociales. Expone la tesis de que a la crisis económica corresponde una crisis mo- ral. Por ende, a la par de los juicios de orden ético, se hallan también conside- raciones económicas, que ofrecen una visión de conjunto del país hasta 1935 7. La valoración efectuada por Ovares y Araya del trabajo de Sancho es, con todo, poco crítica de dicho texto, el cual evita reconocer los avances experimentados por la Costa Rica liberal en cuanto a alfabetización popular, ex- pansión de un aparato de salud pública, refor- ma del sistema electoral y control del fraude8. El afán del escritor cartaginés por exponer al máximo las injusticias y contradicciones de la sociedad en que vivía lo condujo, a la larga, a simplificar excesivamente el fresco que trazó de ella9. La fuerza de esta visión tan pesimista del país radicó, sin duda, en su falta de matices y tonalidades, que invita menos a la reflexión y más a la toma de posición a favor o en contra de lo que el opúsculo –dominado por un estilo irónico y lapidario– plantea. El folleto de Sancho es de particular in- terés para la historia intelectual y política cos- tarricense por una razón que Ovares y Araya tampoco exploran. La crítica totalizadora ex- puesta por él en 1935 se convirtió en una de las principales fuentes ideológicas de los jóvenes que fundaron en 1940 el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales (origen de la futu- ra intelectualidad del Partido Liberación Nacio- nal). Los “centristas”, sin embargo, fueron más allá que su mentor: al recuperar sus cuestiona- mientos, los convirtieron en la base de un vasto proyecto para redimir y transformar a la “Suiza centroamericana”, el cual llevaron a la práctica tras la guerra civil de 194810. 2. CLEMENTE MARROQUÍN ROJAS El periodista Clemente Marroquín Rojas nació en Jalapa el 12 de agosto de 1897 y falleció 6 Oreamuno, Yolanda, “El ambiente tico y los mitos tropicales”. Repertorio American o. San José, 18 de marzo de 1938, pp. 169-170. 7 Ovares y Araya, Mario Sancho, pp. 13-14. Para una visión más compleja del texto de Sancho, véase: Que- sada Soto, Álvaro, Uno y los otros. Identidad y litera - tura en Costa Rica 1890-1940 (San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1998), pp. 148-149. 8 Molina, Iván y Palmer, Steven, Educando a Costa Rica. Alfabetización popular, formación docente y género (1885-1950). (San José, Plumsock M esoamerican Studies y Editorial Porvenir, 2000); y Molina, Iván y Lehoucq, Fabrice, Urnas de lo inesperado. Fraude electoral y lucha política en Costa Rica (1901-1948). (San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1999). 9 Molina Jiménez, Iván, “La Suiza centroamericana de Juan Manuel Sánchez ”. Museo de Arte Costarri- cense, Juan Manuel Sánchez (San José, Museo de Arte Costarricense, 1995), pp. 13-19. 10 Solís, Manuel, Costa Rica: ¿reformismo socialde - mócrata o liberal? (San José, F L A C S O, 1992), pp. 135-217. Sancho, Mario, “Vicisitudes de la demo- cracia en América”. Ovares y Araya, Mario Sancho, pp. 127-142. Molina y Lehoucq, Urnas de lo inespe - r a d o , pp. 127-131. Cañas, Alberto F., “Aquí entre nos… La Suiza centroamericana del 2001”. http://www.tuanis.com/costarica/entre_nos/ 15- mayo-01.html; ídem, “Aquí entre nos... Mario San- cho en 1935, en 1948 en 2001”. http://www.tuanis. com/costarica/entre_nos/22-mayo-01.html 128 Iván Molina Jiménez en Guatemala el 18 de septiembre de 1978, y en- tre su producción escrita destacan varias obras de historia y una novela, titulada En el corazón de la montaña ( 1 9 3 0 )1 1. El susodicho, desde fi- nales de la década de 1920, se opuso tenazmente a las aspiraciones políticas del general Jorge Ubi- c o1 2, y una vez que este militar ascendió al Poder Ejecutivo en febrero de 1931, no tardó en ser ex- pulsado de su país, a inicios de 1932. El destierro lo llevó primero a El Salvador, donde colaboró con Alfredo Schlesinger en la preparación de un libro sobre la masacre de 1932 (proyecto que contó con el apoyo del dictador de esa nación, Hernández Martínez), y después a Honduras, Ni- caragua, Panamá y Costa Rica1 3. La estadía de Marroquín Rojas en suelo costarricense empezó, al parecer, a finales de 1932, luego de que no se le permitiera quedarse en Panamá; sin embargo, estuvo solo unos me- ses en San José, antes de volver a Honduras. El regreso –vía El Salvador– a Costa Rica ocurrió en el primer trimestre de 1934. La experiencia en este último país fue diversa en lo ocupacio- nal y convulsa en lo político y lo personal: fue retado a duelo dos veces, laboró en varios pro- yectos editoriales, trabajó como corrector de pruebas en el periódico La Prensa Libre (con un salario diario de cuatro colones), y publicó mu- cho contra Ubico, lo que le valió que la dictadu- ra guatemalteca presionara al presidente Ricar- do Jiménez (1932-1936) para que lo expulsara. La presión indicada no logró su propósi- to, ya que Marroquín Rojas solo se trasladó de Costa Rica a México a inicios de 1936; pero el desprestigio constante y sistemático de que fue víctima por las autoridades de su país, aparte de los conflictos y problemas en que él se involu- cró por su propia iniciativa, le dificultaron in- sertarse exitosamente en los círculos intelec- tuales y políticos costarricenses1 4. El exiliado guatemalteco, en tal contexto, publicó en L a Prensa Libre, entre el 5 y el 8 de marzo de 1935, un artículo en cuatro partes, “Tras del te- lón radiante, la miseria”15, el cual desató un es- cándalo nacional, en cuyo curso su expulsión volvió a ser solicitada16. El explosivo texto de Marroquín Rojas parte de que el prestigio internacional gozado por Costa Rica como país culto, democrático y civilizado, era inmerecido, y para demostrar esa proposición, examina varios temas polémicos: entre otros, las deficiencias del sistema educati- vo, la crisis que sufría la familia (en particular, por el incremento del divorcio), el control del Estado por una oligarquía, la mendicidad y de- lincuencia infantil y juvenil, la pobreza del grue- so de la población y la prostitución de los votan- tes por los políticos. ¿Por qué el intelectual gua- temalteco publicó un artículo de esta índole, cu- yo efecto más previsible a corto plazo era enaje- narle las pocas simpatías que aún tenía? La razón dada por él fue que, próximo a dejar el país, se sentía obligado a decirle a los 11 Albúrez Palma, Francisco, Diccionario de autores g u a t e m a l t e c o s (Guatemala, Tipografía Nacional, 1984), p. 64. 12 Cazali Ávila, Augusto, Bibliografía de historia de Guatemala: siglo XX (Guatemala, Editorial Univer- sitaria, 1992), p. 55. 13 La síntesis siguiente se basa en un estudio lamen- tablemente tan apologético como impreciso: Díaz Lozano, Argentina, Aquí viene un hombre; biogra - fía de Clemente Marroquín Rojas, político, perio - dista y escritor de Guatemala (México, B. Costa Amic, 1968), pp. 112-163. 14 La ausencia de Marroquín Rojas entre los colabora- dores del Repertorio Americano es un indicador de su posición marginal en la cultura costarricense del decenio de 1930. Echeverría, Evelio, Índice ge - neral del Repertorio Americano, t. V (San José, Editorial Universidad Estatal a Distancia, 1989), p. 1230. El escritor guatemalteco dejó una vívida des- cripción de las dificultades que experimentó en Costa Rica en: Marroquín Rojas, Clemente, Memo - rias de Jalapa o recuerdos de un remichero (Gua- temala, Editorial del Ejército, 1977), pp. 471-480. 15 Marroquín Rojas, Clemente, “Tras del telón radian- te, la miseria”. La Prensa Libre, 5 de marzo de 1935, p. 8; 6 de marzo de 1935, p. 7; 7 de marzo de 1935, p. 2; 8 de marzo de 1935, p. 2. 16 Mora Umaña, Roberto, “Para el señor Teófilo Rive- ra” y Bolaños Elizondo, Romualdo, “Expulsemos a Marroquín”. La Prensa Libre, 9 de marzo de 1935, p. 5. El escritor guatemalteco, al evocar esta expe- riencia, diría: “se me echaron encima las radiodifu- soras, los estudiantes, algunos escritores”. Marro- quín Rojas, Memorias de Jalapa, p. 479. 129El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 costarricenses varias verdades sobre su socie- dad, proceder y explicación que, a su vez, po- dían prestarse para impugnar éticamente al propio Marroquín Rojas. La ocasión no fue de- saprovechada por sus enemigos: en marzo de 1935, un editor anónimo, recopiló los textos que circularon en La Prensa Libre, y los publi- có como folleto en Guatemala17, con un prólo- go titulado “Costa Rica ¿es una nueva Sodo- ma?”, en el cual advertía: … o es cierto lo que se dice en tales artí- culos y Costa Rica debe ser aislada de to- do trato internacional por la podredum- bre en que se mueve; o su autor es un di- famador de oficio, que paga con la inju- ria y con la calumnia la hospitalidad que los costarricenses le han brindado por más de dos años18. El editor de ese opúsculo, sin embargo, no fue completamente imparcial, y eliminó el último párrafo del ensayo de Marroquín Rojas, así como una nota final, en la cual el exiliado guatemalteco aclaraba: todas las apreciaciones hechas en los cua- tro artículos publicados, cuando encie- rran una generalización, debe entenderse que me refiero a una mayoría, en el or- den sociológico, así debe hacerse; pero sería injusto pensar que al generalizar se intentara un cargo para la totalidad de los habitantes del pueblo que se juzga. Es- ta aclaración, es para aquellos que desean llevar la exageración hasta el extremo. Los que no tienen ese prejuicio, de sobra me han interpretado y comprendido1 9. 3. ¿INFLUENCIAS RECÍPROCAS? La investigación literaria costarricense considera que el folleto publicado por Sancho en 1935 fue producto de su proceso de madurez, en cuyo curso él pasó del arielismo y una actitud moralizante, típicas de sus primeros textos, a un enfoque en el cual profundiza en la crítica social, al tratar temas como la desigual distribución de la riqueza, la corrupción política y la falacia de- m o c r á t i c a2 0. La radicalización del discurso del escritor cartaginés, desde esta perspectiva, pare- ce explicarse por su propia evolución filosófica; pero el descubrimiento del estudio de Marroquín Rojas obliga a plantear la cuestión de cómo ope- raron las influencias intelectuales entre los au- tores de “Tras del telón radiante, la miseria” y Costa Rica, Suiza centroamericana. La evidencia disponible para tratar ese problema es limitada: en sus M e m o r i a s , S a n c h o apenas se refiere al escándalo de marzo de 1935, y no explica cuál fue su relación con Marroquín R o j a s2 1; este último, en su autobiografía, descri- be lo ocurrido en San José en 1935, pero no precisa cuál fue su vínculo con el escritor car- t a g i n é s2 2; y en la bibliografía guatemalteca de 17 Marroquín Rojas, Clemente, Tras del telón ra - diante, la miseria (s. l., Tipografía “El Santua- rio”, s. f.). No consta en el opúsculo el lugar, el año de la edición, ni el nombre de quien escribió el prólogo; pero este último está fechado en mar- zo de 1935, y en Guatemala existía una imprenta llamada “El Santuario”. Marroquín Rojas afirma que el folleto fue impreso, por orden de la Secre- taría de la Presidencia, en la Tipografía Nacional. Marroquín Rojas, Memorias de Jalapa, p. 480. El error que, al parecer, cometió el escritor guate- malteco en cuanto al taller en que se tiró el pan- fleto es reproducido por Carrera Mejía, Mynor, E l ideario polémico de Clemente Marroquín Rojas (Jalapa, Ediciones Armar, 1998), p. 90. Véase también la nota 23 infra. 18 Marroquín Rojas, Tras del telón radiante, p. 4. 19 Marroquín Rojas, “Tras del telón radiante, la mise- ria”. La Prensa Libre, 8 de marzo de 1935, p. 2. 20 Ovares y Araya, Mario Sancho, pp. 14-16. Véase también: Rojas, Margarita y Ovares, Flora, 1 0 0 años de literatura costarricense (San José, Edicio- nes FARBEN, 1995), pp. 71-72. 21 Sancho, Memorias, pp. 279-280. 22 Marroquín Rojas, Memorias de Jalapa, pp. 478- 481. El escritor guatemalteco cita la descripción del escándalo que hizo Sancho en sus M e m o r i a s , dato que sugiere que, quizá, ambos siguieron en contacto. Argentina Díaz Lozano, en la biografía que publicó del primero, ni siquiera menciona lo sucedido en San José en 1935. Díaz Lozano, A q u í viene un hombre, pp. 155-162. 130 Iván Molina Jiménez Valenzuela correspondiente al período 1931- 1940, no figura el opúsculo Tras del telón ra - diante, la miseria 23. La interesante y compleja conexión entre estos dos intelectuales centroa- mericanos, su coincidencia en la crítica de la sociedad costarricense y su participación en un intenso debate público, tendieron así a quedar en el olvido, en Costa Rica y Guatemala. La información con que se cuenta, pese a su escasez, permite explorar el problema ex- puesto desde varias perspectivas. La dedicatoria a Mario Sancho, con que se abre el escandaloso texto de Marroquín Rojas, sugiere que ambos escritores se conocían, desde antes de 1935, y que existía un mutuo aprecio. El periodista guatemalteco quizá había leído el artículo “Cri- sis económica y moral”, publicado en 1932 en el Repertorio Americano, y es factible que, gra- cias a eventuales pláticas con su autor, estuvie- ra al tanto de cómo, en los años posteriores, evolucionó la opinión de ese vecino de Cartago sobre la Costa Rica de la década de 1930. La presunción de que Marroquín Rojas simplemente se adueñó de un punto de vista ajeno y se apresuró a exponerlo públicamente, es apoyada por el velado reclamo que le formuló Sancho en una carta que circuló en La Prensa L i b r e del 9 de marzo de 1935: “¿qué ha dicho usted que no sea la verdad pura y desnuda y que antes no hayamos dicho nosotros?”2 4. El interés del escritor cartaginés por aprovechar esa epís- tola para afirmar su precedencia en la crítica de la sociedad costarricense, está expresado de otra manera en Costa Rica, Suiza centroamericana, texto en el que evita citar al periodista guate- malteco y a su polémico artículo2 5. La explicación expuesta es verosímil, pe- ro también lo sería que, en el curso de su even- tual relación, Marroquín Rojas y Sancho se in- fluenciaron recíprocamente y que, en tales cir- cunstancias, tendieron a radicalizar sus enfo- ques. La desigualdad social y la pobreza, la co- rrupción electoral y el control oligárquico del Estado, temas que no figuran en el artículo pu- blicado en 1932 en el Repertorio, sí constan en Tras del telón radiante, la miseria, y reapare- cen, en el folleto impreso por “La Tribuna” en 1935. El intelectual guatemalteco, incluso, pa- rece haberse adelantado en el uso irónico de la frase “Costa Rica, Suiza americana”, la cual fue centroamericanizada por el escritor de Cartago. La principal evidencia a favor de la origi- nalidad de Marroquín Rojas consiste en que su ensayo privilegia el examen de temas ausentes en el artículo y en el folleto de Sancho publica- dos en 1932 y 1935. El adulterio, el divorcio, la desintegración familiar y la prostitución eran para el periodista guatemalteco los síntomas más visibles del descalabro moral que padecía Costa Rica; en contraste, el intelectual cartagi- nés dejó de lado esos tópicos vinculados con la sexualidad, que cuestionaban directamente el honor de las mujeres costarricenses, y asoció tal crisis con la corrupción política, con lo que desplazó el énfasis de lo privado a lo público. EPÍLOGO La radicalización de los enfoques de Ma- rroquín Rojas y de Sancho fue producto, sin em- bargo, de algo más que el contacto que pudieron tener entre sí. El Partido Comunista de Costa Ri- ca, desde su fundación en junio de 1931, inició una crítica sistemática de la sociedad de la época en todas sus dimensiones2 6, la cual difundió, en- tre otras vías, mediante volantes, folletos y el se- manario T r a b a j o . La incidencia que este discurs o 23 Valenzuela, Gilberto, Bibliografía guatemalteca 1931-1940, t. VIII (Guatemala, Tipografía Nacional, 1962), pp. 83-110. La omisión es curiosa ya que, al parecer, Valenzuela era el propietario de la tipogra- fía “El Santuario” (véase nota 17, supra). Roca, Ju- lio César de la, ed., Biografías ilustres ( Q u e z a l t e- nango, Casa de la Cultura de Occidente, 1967), pp. 144-145. 24 Sancho, Mario, “Don Mario Sancho comenta los artículos de don Clemente Marroquín Rojas”. L a Prensa Libre, 9 de marzo de 1935, p. 2. 25 Sancho, Costa Rica, Suiza centroamericana. 26 Merino del Río, José, Manuel Mora y la democra - cia costarricense (Heredia, Editorial Fundación UNA, 1996), pp. 27-48. Acuña, Víctor Hugo, “Na- ción y política en el comunismo costarricense (1930-1948)” (Ponencia presentada en el Tercer Congreso Centroamericano de Historia, San José, 15-18 de julio de 1996). 131El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 tuvo en los círculos políticos e intelectuales cos- tarricenses es todavía un tema por investigar; pero un examen de los textos del exiliado guate- malteco y el escritor cartaginés sugiere que am- bos incorporaron varios de los temas planteados originalmente por la izquierda. La influencia expuesta sería especialmen- te interesante en el caso de Marroquín Rojas, quien estuvo vinculado con destacadas figuras del anticomunismo en Centroamérica, como Schlesinger y Hernández Martínez. El escritor de Cartago, a su vez, se preocupó por aclarar en s u s M e m o r i a s que él no era comunista; pero tá- citamente admitió la afinidad entre sus plantea- mientos y los de la izquierda, tanto en su folleto de 1935 como en un artículo publicado en di- ciembre de 1936 en el Repertorio Americano: a nosotros, porque tuvimos la mala ocu- rrencia de defender la huelga bananera del Atlántico [1934] y porque alguna vez manifestamos disgusto hacia la sórdida ruindad de nuestra cristiana burguesía, en seguida nos llamaron comunistas, y como quiera que no hemos buscado testi- gos de descargo que nos quitaran el mote y nos lavaran de esa culpa, comunistas nos hemos quedado para escándalo de los mismos a quienes quisimos ayudar2 7. La experiencia del periodista guatemalte- co y del escritor cartaginés destaca la impor- tancia de investigar el pasado cultural de Cen- troamérica comparativamente y sin desvincular a los intelectuales de sus específicos contextos sociales y políticos. La crítica que ambos for- mularon a la Costa Rica de la década de 1930, más allá de sus coincidencias e influencias, in- vita a explorar sistemáticamente un territorio poco conocido: la configuración de discursos que, aunque impugnaban el orden establecido y se identificaban con el cambio social, fueron elaborados por personas no pertenecientes a los partidos comunistas, tales como el filósofo sal- vadoreño Alberto Masferrer2 8, o los mismos Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho. * La versión que se ofrece aquí de Tras el telón radiante, la miseria se basa en el folleto publicado en Guatemala, en marzo de 1935. El texto fue cotejado con el que circuló en L a Prensa Libre, e incluye entre paréntesis cua- drados el párrafo y la nota aclaratoria que el editor anónimo del opúsculo creyó convenien- te eliminar. Los dos documentos siguientes complementan el ensayo indicado: el primero es un artículo en el cual Marroquín Rojas co- menta la solicitud que se elevó al Poder Ejecu- tivo para expulsarlo del país; y el segundo es la extensa carta que Mario Sancho le dirigió al escritor guatemalteco. La transcripción y la digitación de estos tres documentos, que con- servan la ortografía y los errores de los origi- nales, fueron realizadas por Alexandra Ortiz, del Centro de Investigaciones en Identidad y Cultura Latinoamericanas ( C I I C L A ) de la Uni- versidad de Costa Rica. Iván Molina Jiménez Ivanm@fcs.ucr.ac.cr 27 Sancho, Mario, “¿Hay opinión pública vigilante? De un intento reaccionario, tonto y contraproducen- te”. Ovares y Araya, Mario Sancho, p. 45. Reperto - rio Americano. San José, 19 de diciembre de 1936, p. 366; ídem, Costa Rica, Suiza centroamericana, pp. 60-61, 81 y 85; ídem, Memorias, p. 258. 28 Racine, Karen, “Alberto Masferrer and the Vital Minimum: The Life and Thought of a Salvadoran Journalist, 1868-1932”. The Americas. 54: 2 (October, 1997), pp. 209-237. 132 Iván Molina Jiménez Escribo estas líneas para cuatro personas que, en mi concepto, personifican a la juventud de Costa Rica. Cuatro personas a quienes atribuyo una clara visión, una amplitud de criterio y un poderoso intelecto, muy superiores al raquitis- mo espiritual en que se ahoga la nación. Son ellos, Mario Sancho, Rafael Angel Calderón Guardia, Otilio Ulate y Ricardo Moreno Cañas. Clemente Marroquín Roxas I Costa Rica goza en el exterior de un enorme prestigio. Se afir- ma en todos los tonos que es una nación civilizada, rica, culta y po- seedora de una organización modelo. Además, en Hispano América, se le cree como la depositaria de los principios democráticos y repu- blicanos, respetuosa de sus instituciones y muy celosa de su indepen- dencia. Yo recuerdo que en la Asamblea de Guatemala muy a menudo citábamos a Costa Rica en los debates; desde allá nos parecía el país del orden, de la moralidad, del respeto y de la marcha cronométrica. Yo mismo reafirmé mis argumentos con ejemplos de la “nación mo- delo” en cierta ocasión en que se discutía la Ley de Educación Públi- ca, frente al Ministro del ramo, señor Antonio Villacorta. El destino me trajo a vuestro pueblo; con vosotros he convivi- do por más de dos años y sin una ostentación, sin un alarde de soció- logo, me he dado a estudiar vuestro medio, vuestras instituciones, vuestra vida general. Ahora gestiono mi salida de Costa Rica, pero an- tes quiero deciros que aquella antigua admiración por el “país mode- lo” se desvaneció, al entrar en contacto con la dura realidad de vues- tro medio. Y antes de salir quiero decirlo; quiero satisfacer el deber de gritar esa verdad, porque me parece que al callar, protejo y esti- mulo el error en que os tienen los visitantes que vienen a deciros que vuestra nación es el modelo de los pueblos y que vuestro pueblo es el modelo de las agrupaciones sociales de la tierra. Combatiendo en mi país un exagerado presupuesto de guerra y un exorbitante presupuesto de policía, decía a mis contrincantes: Imitemos a Costa Rica, que en vez de ese tren militar, y esa máquina ANEXOS TRAS DEL TELÓN RADIANTE, LA MISERIA CLEMENTE MARROQUÍN ROXAS Tipografía “El santuario” Costa Rica ¿es una nueva Sodoma? “La Prensa Libre”, diario que se edita en San José de Costa Rica, propie- dad de los hermanos Bo- rrasé, de origen catalán, publicó en sus ediciones del 5, 6, 7 y 8 de marzo úl- timo, cuatro artículos fir- mados por Clemente Ma- rroquín Rojas y dedicados a cuatro costarricenses: dos de ellos de historia po- lítica en el país, el señor Otilio Ulate, periodista y Diputado del Congreso, y el Doctor Moreno Cañas, candidato a la Presidencia de la República y Diputa- do también del Congreso. Son dos figuras sociales, perfectamente destacadas. En esos artículos se pinta una Costa Rica moral, que hace recordar los tiempos de Sodoma y de Gomorra. Los reproduci- mos a continuación, para que los lectores centroa- mericanos se den cuenta cabal de la trascendencia de dichos escritos. Omitimos mayores comentarios y sólo apunta- mos esta disyuntiva: o es 133El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 policíaca que absorben toda nuestra vitalidad económica, mantiene un ejército de maestros de escuela, ejército que desanalfabetiza, año tras año, a todos los niños que llegan a la edad escolar. Ya en el destierro, cuando alguien llamara a esta tierra, la “tierra de los Cletos”, yo redar- güí, “habrá muchos Cletos, pero hay civilismo y hay libertades”. Ahora, después de constantes meditaciones, no volvería a repe- tir aquellas palabras hijas del desconocimiento de la realidad. Es cier- to que no tenéis ejércitos en el sentido militarista, ni tenéis policía en el sentido de persecución, pero tampoco tenéis ejército de maestros, ni las legiones de niños en las famosas escuelas nacionales. El año pa- sado tuve la primera desilusión, cuando la prensa denunciara que al- gunos millares se habían quedado sin matrícula. Los padres deambu- laban en busca de aulas para sus hijos y los organismos educacionales les recibían con indiferencia de la esfinge: No tenemos escuelas, no tenemos maestros... ¿Queréis prueba más afirmativa de la inexactitud de vuestra ci- vilización? En los países bárbaros de la América Central no encon- tráis ese fenómeno; allá se pugna por llevar a los niños a la escuela, pero no se mira nunca ese espectáculo de decirles que no tiene el Es- tado dónde recibirlos. Y aquellos países invierten millones y millones en Ejército y en Policía y sin embargo hay para las escuelas. Costa Rica tiene un movimiento comercial igual o superior al de aquellos países, lo que le permite una bonanza fiscal indiscutible. Tiene una población que no llega aún al medio millón de habitantes, por más que vuestras estadísticas arrojan casi un centenar más. El porcentaje de niños de edad escolar daría, si mucho, unos sesenta mil y para educar a sesenta mil niños no necesitariais arriba de trescien- tas escuelas en todo el país, con un personal de siete maestros por ca- da una de ellas. Estirando ese presupuesto no llegaría nunca a un to- tal a tres millones de colones y eso es insignificante para un país de tan pujante situación fiscal. No hay gastos mayores, puesto que no te- néis escuelas superiores, a excepción de la de Derecho y las pocas es- cuelas de segunda enseñanza, donde ahorráis el mayor gasto que en otros países se lleva el internado con los sostenidos por la Nación. Los organismos de administración son reducidos, de suerte que el costo de la enseñanza, es relativamente poco y ¿cómo se justifica eso de responder a los padres de familia: “ya no hay matrícula para vues- tros hijos?”. Si todos los problemas fueran como el de abrir escuelas y dotarlas de maestros, el mundo no tendría problemas. ¿Qué cuesta al Ministerio del ramo, alquilar una casa y llamar a cuatro o siete de sus maestros reservistas y decir: aquí hay otra escuela, que los niños no se regresen? Eso es muy sencillo y sin embargo, en Costa Rica, la “Suiza Americana”, esa lapidaria frase, han cobrado los colores de una realidad desconcertante. Y eso en lo que se refiere a la asistencia. Ahora bien, veamos vuestra capacidad educativa y al examinarla, os convenceréis que nin- guno de los países de la América Central tiene la superficialidad de vuestras enseñanzas; los niños de Cuarto, Quinto y Sexto grados son de una ignorancia sorprendente y así entran a los colegios superiores, cierto lo que se dice en tales artículos y Costa Ri- ca debe ser aislada de to- do trato internacional por la podredumbre en que se mueve; o su autor es un difamador de oficio, que paga con la injuria y con la calumnia la hospi- talidad que los costarri- censes le han brindado, por más de dos años. Un detalle final: Ma- rroquín Rojas, a pesar del concepto que tiene de la mujer costarricense, se- gún la pinta en el artícu- lo I I I, acaba de casarse con mujer costarricense, después de divorciarse de su primera mujer, guate- malteca. Ya se ve que es un predestinado... Marzo de 1935 134 Iván Molina Jiménez donde la misma superficialidad domina. Los programas de estudio son verdaderamente deficientes y ese sistema de horarios alternos, no llena otra misión que la de dejar imperfecta la materia que se estudia. Es indudable que aun cruzáis los años de 1900, pero debeis recordar que de eso ya hace 35 años largos. ¿En qué país tropezáis con esas turbas de chiquillos lustrado- res de zapatos, que son verdaderos vagabundos, verdaderos dese- chos de la sociedad, llenos de roñas, de vicios, de miserias? ¿Dónde encontráis, en horas de escuela, a esa falange de vendedores de ti- quetes de tranvía, de periódicos, de lotería, de golosinas? ¿Todos ellos están en la escuela? Esto me sugiere otro defecto de vuestra organización social y es el vagabundismo de niños harapientos, de lo cual me ocuparé mañana. 135El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 II Brevemente señalé en mi artículo de ayer la deficiencia educa- tiva del país. Ese rechazo de niños de los planteles de enseñanza; esa falta de organización en las escuelas, donde los niños que han cursa- do un año, no adquieren ningún derecho para continuar sus estudios en las aulas; esa alternación de algunas escuelas; en fin, nos demues- tra una desorganización escolar bastante sensible, no imaginable en una nación organizada. Todo eso es comprobable y me releva de aportar los atestados necesarios. Ahora quiero señalaros otra mani- festación dolorosa, reveladora de la situación caótica de vuestra pa- tria. La ciudad de San José tiene unos cincuenta mil habitantes, es, en consecuencia, un pueblo de familias, donde todos se conocen y se ayudan. Por esa pequeñez no debiera tener ninguna clase de proble- mas, sobre todo, los comunes a las ciudades grandes. Sin embargo, aquí es corriente que diariamente toquen a las puertas niños harapo- sos para pedir “en nombre de Dios” un gallito; hombres que piden una camisa, un sombrero, un par de zapatos viejos; mujeres que soli- citan una limosna. Leyendo los periódicos diariamente nos entera- mos de niños que la policía recoge en las calles: no ha mucho, el Cuerpo de Seguridad encontró a nueve muchachos menores de diez años durmiendo en las galeras de un aserradero; poco después, fue- ron encontrados otros por el Paso de la Vaca. Después se da cuenta de cuadrillas de niños organizadas para el robo; más allá el Patronato anuncia que hay niños abandonados por los padres: niños que dejan su hogar para darse a la vagabundería, que son capturados en los puertos y lo que es más doloroso, casos frecuentes de madres que lle- gan al Hospital a dejar a sus hijos, para desaparecer en seguida para siempre. Esto ya no es un síntoma de descomposición sino una enfer- medad perfectamente delineada. La frecuencia de los casos demues- tra que en la sociedad costarricense hay algo en desorden y es doloro- so pensar que ese desorden radique en lo fundamental: en el hogar. No hay autoridad en el hogar: el hijo es desobediente, la esposa es de- sobediente, el padre es un abúlico: el concepto de familia no existe. Si lo que afirmo no es verdad, ¿cómo os explicáis estas realidades del ambiente? ¿Por qué en los otros países de Centro América no existe ese problema? Porque yo no creo que estos niños costarricenses lle- ven congénito el espíritu de la desobediencia y del desorden. Es falta de patria potestad, es consecuencia del medio, es falta de autoridad en el Estado. Vuestras leyes severas han contribuido a desvirtuar esa patria potestad, han dado alas a los hijos, han quitado obligaciones a los padres, han sembrado el desorden y matado el espíritu de discipli- na que es base y fundamento de toda sociedad. De los países que co- nozco en la América española, no hay otros donde haya cuadrillas de ladrones menores, organizados como los adultos en las grandes ciu- dades. Aquí los tenéis a granel y de ellos puede dar fe el Tribunal de Policía para Menores; los hechos hablan alto. En los pueblos insalubres hay hospitales. Es decir, que las ins- tituciones existen porque hay necesidad de ellas. Aquí vosotros tenéis 136 Iván Molina Jiménez muchas instituciones que son las generadoras de esa prostitución moral de la niñez. Muy bien intencionada sería la idea de los religio- sos que crearon el “Dormitorio Infantil” en el Oratorio Festivo, pero ese dormitorio no es más que un antro encubridor de perversiones. Los padres, atenidos a que sus hijos duermen bajo su ala protectora, no se preocupan de ellos y de ahí que en vez de estar en aquel abrigo, deambulen por las hosterías, por las taquillas suburbanas y finalmen- te, van a para a los suburbios, bajo los galerones de los aserraderos, durmiendo en una promiscuidad delictuosa, cometiendo actos inmo- rales y formándose los futuros abanderados del crimen. Si ese dormi- torio no existiera, los padres buscarían a sus hijos para llevarlos al se- no del hogar. La autoridad, por otro lado, cuando tropieza con un menor delincuente o vagabundo, le castiga sin tomar en cuenta la irresponsabilidad natural de los menores. Debiera hacerse otra cosa: citar al padre o a la madre y castigarles severamente, porque ellos son los responsables. Pero aquí viene otro problema. Los costarricenses tenéis un alma muy sensible para ciertos actos: así como no os im- porta la pérdida de un hijo, de un pariente, etc., así os indignáis cuando un padre enérgico castiga a un hijo rebelde y protestáis con- tra el bárbaro, sin tomar en cuenta que esa impunidad en la delin- cuencia infantil, es la que trae la delincuencia en el adulto. No tenéis nada que discipline a vuestros hijos. La escuela no llena esa misión, la patria potestad es inútil, la vida pública tampoco; de aquí que vues- tros hombres no tengan ninguna orientación definida en sus actos y normas de la vida. Hijo que creció abandonado, no se cuidará de los suyos y en ese proceso lento, se llegará a mayores desastres morales en la desorganización de vuestro pueblo. Recorred las calles durante la noche y tropezaréis con muchísimas mujeres estacionadas en la sombra de las puertas, con una o dos chiquillas a su lado. Esas muje- res son arpías que os ofrecen aquella carne impúber u os asaltan pi- diéndoos una limosna para disimular, cuando rechazáis la oferta. Por eso es que soy enemigo declarado de las instituciones de caridad, ya que ellas estimulan la holgazanería y la pereza. Otro tanto podría de- ciros del Patronato de la Infancia. El Patronato estaría bien en otro medio; en un medio industrial donde un paro inesperado, deja sin co- mida a las familias de los obreros, pero entre nosotros no hay ese te- mor. El patronato ha venido a hacer un papel semejante al del Dor- mitorio Infantil, de que antes os hablo. Los niños que van a alimen- tarse a las cocinas públicas van perdiendo la vergüenza, crecen sa- biendo que nada deben a sus padres y una rara desvergüenza se apo- dera de ellos. Una chiquilla que ha comido así, ya no le importa ofre- cerse después. Aun entre los profesionales nos ruborizamos cuando alguien nos dice que el Estado ha costeado nuestra educación; pues ese rubor llega a la desvergüenza, cuando desde pequeños hemos re- cibido la dádiva. Las niñas que ahora reciben la comida de una cocina pública, mañana no tienen empacho en recibir la pensión del marido divorciado, como sucede en nuestro medio, donde millares de muje- res no tiene la delicadeza, común hasta en los indios, de ir a recibir semanalmente una pensión del marido engañado; y esos niños que así reciben la comida, tampoco tendrán empacho, mañana, en recibir 137El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 un colón por vender el sufragio. Serenaos un momento; meditad so- bre este problema, y si sois minuciosos, estaréis conmigo en que el Patronato es desmoralizador en un medio como el vuestro. ¿Dónde está la riqueza, la organización, la honradez de un país: donde la cari- dad pública mantiene esa falange hambrienta; donde los medios coac- tivos obligan al marido, y a la mujer a ser mujer? Mañana me concretaré a las cuestiones de familia, para demos- traros que la desmoralización, la falta de filialidad, de instinto frater- nal, ha desaparecido en Costa Rica. 138 Iván Molina Jiménez III Costa Rica tiene una ley severa para los delitos contra la ho- nestidad; y esa ley existe, porque el legislador debió, en su tiempo, notar una corrupción de tal naturaleza, que hizo indispensable esas sanciones. Sin embargo, las violaciones, los estupros, los raptos, me- nudean, y aun algo más grave: los incestos. En mi diaria tarea de co- rrector de pruebas, me entero obligadamente de todos los sucesos de policía y en ellos me baso para esta afirmación. La ley Astúa Aguilar, pues, no ha sido el dique suficiente para detener esa corriente y es que la ley reprime los efectos sin penetrar a las causas generadoras del delito. Entre esas causas hay unas de carácter natural, como la abundancia de mujeres, y otras originadas por deficiencia educativa, como el abuso de dar cuerda. Aparentemente, esa costumbre de “dar cuerda” no tiene mayores proyecciones, pero en el fondo, es la puerta para todos los abusos. Sólo en Costa Rica se observa ese coqueteo in- moderado, porque el flirt francés es más prudente, salvo cuando lo ponen en práctica las mujeres del trotoir. Es por esa “cuerda” que los hombres llegan al delito y para las mujeres que dan “cuerda”, la ley Astúa Aguilar no fijó sanción alguna. Costa Rica tiene un porcentaje altísimo en materia de matri- monios. Aquí se casan por carretadas. Eso estaría muy bien si el ma- trimonio fuera la resultante lógica del amor; pero sucede todo lo con- trario. Muy pocos se casan por amor; la mayoría de esos matrimonios son matrimonios de conveniencia; al decir conveniencia no quiero decir interés. En Costa Rica el hombre es refractario al matrimonio, porque es el más incapaz de los centroamericanos para ganarse la vi- da. De aquí que las mujeres se deciden al yugo matrimonial al primer requerimiento en forma. Los padres, los hermanos, la familia toda al- cahuetea decentemente al candidato y de aquí que los casamientos abunden. ¿Qué resulta de esta clase de matrimonios? Que a los pocos días la mujer es abandonada o el marido cornudo y el hogar se des- truye. En Guatemala hice pasantía en los Tribunales de lo Civil du- rante más de dos años y en ese lapso, en los tres Juzgados, sólo pre- senciamos dos divorcios. La capital de Guatemala cuenta con 125 000 habitantes; más del doble que San José, y sin embargo, en esos tribu- nales hay un número fantástico de divorcios. Las leyes de Guatemala dan mayores facilidades para romper en vínculo matrimonial y existe el mutuo consentimiento. Aquí por el contrario, las causales son po- cas y para adquirir el divorcio, hay que infamar a uno de los cónyu- ges. ¿Qué quiere decir esto? Que en el seno de la sociedad hay algo patológico; hay algo que empuja a ese fatalismo, y le llamo fatalismo, porque la joven divorciada va infaliblemente al amantaje y el marido lozano a los amores fáciles. Este problema del divorcio genera otros mayores. En primer lugar, al abandono de los hijos; luego la hostilidad hacia el ex marido, a quien se reclama una pensión alimenticia para la cónyuge inocente y como consecuencia, la vagabundería del hombre divorciado que op- ta por vivir de vago, antes que trabajar para enviar al “sudor de su 139El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 frente” a los bolsillos del amante de su ex esposa. Cuando las divorcia- das quedan jóvenes, es indudable que se enamoran verdaderamente de otro hombre, y este amor de amante, se hace más poderoso que el amor por los hijos y de aquí que los hijos se transformen, para esa ma- dre, en una carga pesada. De otra manera no se explicaría que una ma- dre, que debe ser todo amor, abandone a sus criaturas en los centros de beneficencia. Se aspira a lo que no se tiene, y quizá por esto, muchos aspiran a grabar en la piedra un sentimiento que está desapareciendo. ¿Por qué haya tanto divorcio? ¿Es el hombre el que no sabe cumplir con sus deberes de marido? ¿O es la mujer la que no cumple con los suyos? El hombre costarricense tiene algunos defectos, pero en este problema del matrimonio hay algo más sustancial y más hon- do que determina el rompimiento. La mujer, por su parte, cree que el matrimonio es una lotería; que la que se casa debe olvidarse por completo de los medios de vida; que el hombre tiene la obligación de la casa, desde llevar el dinero, hasta comprar el pan por las mañanas en las panaderías. La mujer, con las excepciones del caso, es perezosa, desamorada, cree que por su belleza el hombre debe sacrificarse siempre. El hombre, por su parte, vive lleno de afeites, muy pagado de su físico y satisfecho con un sueldo de hambre. Yo no he visto nunca la satisfacción bíblica en que viven los jóvenes de Costa Rica, tan apuestos, tan fuertes, tan ca- pacitados por la Naturaleza y tan sin ambiciones. El comercio del país, la agricultura del país están en manos de extranjeros (hablo de lo grande, de lo que merece esos nombres). El comercio tico es el pulpero, el taquillero, y aun en esto, hay extranjeros; de aquí que el noventa por ciento de los hogares viva una vida sórdida, llena de apremios, y de estrecheces: ante ello, la mujer se desilusiona, porque ella soñó con un hogar lleno de comodidades, etc. El amor filial y la fraternidad están muy debilitados. Lo de- muestran los asilos para la vejez. En ellos no sólo hay viejecitos de- samparados, sino de los que tienen familias que les pudieran propor- cionar una vejez feliz. En la pensión donde yo residía, pude presen- ciar casos desconsoladores. Un anciano achacoso prefería el desampa- ro de una pensión a vivir con los suyos; una señora enajenada, que era el hazmerreír de los huéspedes con su pasión erótica, también te- nía familiares cercanos que toleraban su vida; en otra pensión, una hija se lamentaba de que su madre siguiera viva, estando tan enfer- ma; por ella no podía ir a las tandas del cine; más allá, en un hogar que visitaba, los hijos echaban de menos el radio por la reciente muerte de su madre... Se me dirá que estos son casos aislados, pero no; estos casos son numerosos, porque esos ancianos asilados, tiene familiares, ya que entre nosotros es raro una familia que se queda sin hijos, sin nietos, sin biznietos. Estos asilos existen en las grandes ciu- dades, por que en ellas es frecuente la existencia de matrimonios que no tienen hijos y entonces el cónyuge que enviuda no tiene más con- suelo que el asilo. Sé que estos mis artículos están molestando a muchos costa- rricenses; especialmente a aquellos que creen sinceramente que su 140 Iván Molina Jiménez patria es la “Suiza Americana”, pero ellos deben tener la seguridad de que ellos son más saludables que las declaraciones de la maestra chi- lena Amanda Labarca, quien habla de que en Costa Rica no se conoce un harapo, que la miseria no existe. Y es claro que ella diga eso, por- que sólo conoció una cara de la medalla nacional, aquella que le mos- traron en fiestas, pic-nics y demás atenciones; ellas no vió el fondo de la nación como la he visto yo, y porque así conozco lo que muchos costarricenses no conocen, es que os hablo con el corazón puesto en la mano. 141El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 IV Hecha esta aclaración, sigamos con nuestras observaciones. Costa Rica, como todos los pueblos de la América Central, tuvo su pe- ríodo de revoluciones, asonadas y golpes militares. En 1906, aun pre- senció su historia algo inusitado. Desde esa fecha el país entró en un profundo letargo: las palabras civismo, democracia, cultura, fueron bandera de los vivos y con esa bandera amortajaron los verdaderos derechos del pueblo. Costa Rica, políticamente hablando, es el menos demócrata de todos los países centroamericanos; el que menos ejerci- ta el civismo y de cultura más rudimentaria. Un círculo de familias acaparan la máquina gubernativa desde hace más de cien años y ese círculo es el que manda, el que impone creencias, criterios, gober- nantes, ideologías e impuestos. El pueblo, la gran masa, ya sea la ur- bana o la rural, vive una vida miserable, humillante. Esas familias han tenido un gran tacto político: el de distribuir el presupuesto, dando a cada empleado público un gallito para que se contente. Y el empleado se contenta porque su falta de ambición le deja satisfecho con los pocos colones despreciados que gana. De aquí que en Costa Rica sea numerosísima esa clase media que sufre el menosprecio del rico y el odio del trabajador rural o de fábrica. Maestros de escuela, empleados de toda clase, en el comercio, en las fábricas, en las fincas, gana sueldos standard que no les permiten la más pequeña expan- sión, la más pobre holgura. Y eso no es democracia, ni es civismo, ni es cultura: eso es un absolutismo clásico y perfecto; pero en Costa Ri- ca se la ha dado otro nombre y los costarricenses están satisfechos. El político ha prostituido a la masa electora. Las elecciones se hacen a base de dinero: quien tiene más dinero gana las elecciones. El indio en Centro América vota por el que le ordenan; en Costa Rica vota por el que paga. La situación es bien diferente, porque aquel es- clavo por la fuerza se liberta algún día; mientras el esclavo por inte- rés, será un esclavo para siempre. Los pueblos como Guatemala o El Salvador, tienen más probabilidades de reaccionar, porque su espíritu está apagado por una fuerza superior a la suya. El obstáculo para ejercitar los derechos es un hombre y ese hombre es perecedero y pa- sa; pero en Costa Rica la dictadura es “del pueblo” y encauzar el pen- samiento de un pueblo hecho abúlico por la prédica de un mentido bienestar, es tarea bien dura. Costa Rica recibe más dinero que Guatemala y El Salvador; tiene cuatro veces menos habitantes que cualquiera de ambos pue- blos y su situación económica es más desastrosa. Debe tanto como aquéllos y tiene menos posibilidades de pagar. Su incapacidad eco- nómica está puesta de manifiesto con su ley de moratoria. El Salva- dor pavimentó su capital y adquirió una gran deuda; pero pavimentó hasta el último de sus callejones. Costa Rica pavimentó tres o cuatro avenidas y tres o cuatro calles y se endeudó de manera asombrosa. Nada hay más feo que el aspecto de su capital: San José no puede lla- marse ciudad, porque sus construcciones son provisionales: madera y lámina: la red telefónica colgando espantosamente por todas las Antes de principiar esta furibunda filípica, al decir del Doctor Padilla Castro, quiero hacer una pequeña aclaración. Mi criterio sobre el Patrona- to de la Infancia, no es contra su organización ni contra la mecánica de su funcionamiento. Tengo entendido que esa oficina marcha sobre rieles; que la actividad, la energía, dinamismo y todo cuanto fluye del activo “repre- sentante legal” del Patro- nato, es de primera clase. Sé, además, que dicho or- ganismo lucha ventajosa- mente contra la mendici- dad callejera y por todo eso, el Doctor Padil la Castro, alma y cuerpo de la Institución, merece respeto y aprecio. Pero lo que yo combato es algo distinto, es el resultado práctico de ese funciona- miento: los frutos que se cosecharán a través de los años. El Patronato –para mí– es a la socie- dad lo que la quinina pa- ra el paludismo. La quini- na mata la fiebre palúdica como el Patronato el hambre; pero la fiebre continúa alimentada por los miasmas, como conti- núa el hambre fomentada por una desorganización social de grandes proyec- ciones. Se puede inyectar quinina a toda la nación, pero solo desecando pan- tanos se mata el germen y el zancudo transmisor. Se puede quitar el ham- bre a unos cuantos niños, 142 Iván Molina Jiménez calles; avenidas horriblemente pavimentadas de macadam, desagües a flor de tierra, un pésimo alumbrado eléctrico y un mal servicio de agua. Fuera del Teatro Nacional no hay otro que merezca elogio: la mole del Correo, es deforme: atiborrado de ornamentos por fuera y es- cueto y pobre en su interior y esa construcción general es el reflejo del alma costarricense: frivolidad, poca aspiración, negligencia, flojis- mo, como diría un mexicano. Y eso se pone de manifiesto hasta en los más serios problemas de su vida nacional: “un palmo de tierra vale menos que la tranquilidad de los costarricenses”. Esta frase merece las páginas de la Biblia... Y pensar que Costa Rica tiene un territorio inmejorable; un te- rritorio que no lo tiene ningún país de Centro América. Vuestras tie- rras son fértiles, fecundas como el regazo de vuestras mujeres; pero el costarricense no sabe aprovecharlas: territorio feraz, ríos navega- bles, ensenadas sin igual, todo cuanto puede desear una nación para ser la primera, lo tiene Costa Rica. Si el pueblo salvadoreño poseyera vuestra tierra, la nación sería un emporio de riqueza efectiva; pero vuestra abulia matadora, os ha hecho un país tributario, parásito del extranjero: importáis ganado, azúcar, harina, manteca, cebollas, telas de toda clase, frutas y todo cuanto vuestras tierra os daría en abun- dancia; pero vivís prendidos al monocultivismo del café y de ahí que el dinero que os viene por él, lo devolvéis por materias fungibles... Ti- rad vuestra población urbana al campo y así resolveréis los problemas que ahora combate el Patronato, la Mano Caritativa, las Juntas de Ca- ridad y todo ese andamiaje inútil de beneficencia que sólo os da un relumbrón superficial de vuestra cultura. Cerrad la Escuela de Dere- cho para guarecer a la sociedad de futuros ladrones, porque el Aboga- do mediocre, cuando se ve acorralado, acude al chanchullo, al juicio dudoso, a los pleitos rechazados por otros. Y no lo hace por mal, sino por necesidad de defenderse del hambre y la miseria. El ya no puede volver al campo porque no sabe trabajar y por ello tiene que luchar en el seno de la sociedad que lo parió, sin tener los medios necesarios para alimentar sus apetitos. Todos estos problemas debieran abordar- se con valor, con decisión, pero en el sistema de gobierno que lleváis, ello resulta imposible. El Ejecutivo ha renunciado a todas sus atribu- ciones y el Legislativo invadió terrenos que no son de su incumben- cia; el Patronato se arrogó atribuciones de la patria potestad y, en ge- neral, en Costa Rica nadie sabe cuál es el trabajo que le compete por ministerio de la ley. [Mucho más quisiera decir, mucho más, que es producto de mis observaciones que no son observaciones de rotario harto, de turista graso y boquiabierto, de diplomático chirle y vacío, sino de un hombre que os ha visto por dentro.*] * Todas las apreciaciones hechas en los cuatro artículos publicados, cuando en- cierran una generalización, debe entenderse que me refiero a una mayoría, en el orden sociológico, así debe hacerse; pero sería injusto pensar que al generalizar, se intentara un cargo para la totalidad de los habitantes del pueblo que se juzga. Esta aclaración es para aquellos que desean llevar la exageración hasta el extremo. Los que no tienen ese prejuicio, de sobra me han inter- pretado y comprendido. pero los hambrientos cre- cerán en número, ateni- dos, precisamente, a que hay quien las mitigue el hambre. Por otro lado, mata la personalidad, y aquellos que crecen ali- mentados por la dádiva, se cuidarán muy poco de su personalidad y serán gente apta para cualquier acción, buena o mala. 143El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 ¿UNA REACCIÓN DEL MAGISTERIO? Un compañero de redacción me dió esta mañana la noticia. Los señores visitadores de escuelas se reunieron en junta especial y en actitud solemne, don Teófilo Rivera protestó enérgicamente por mis artículos recientes; alegando que ellos desprestigian la educación del país en el extranjero y, como epílogo, terminó pidiendo que se ex- citara al ejecutivo para que se proceda a mi expulsión. Esto es verdaderamente encantador. Acostumbrados como es- tán esos oídos a la adulación de los visitantes que no penetran nunca al verdadero fondo de las cosas, tenían mis artículos que provocar un vivo ardor. Lo que he dicho de la educación pública costarricense, lo sostendré en todas partes y estoy dispuesto a demostrarlo en todo te- rreno. He dicho que se han quedado millares de niños sin escuela y es verdad, aún más, en los debates de la Cámara, el diputado Orlich ha gritado que muchos cantones no tienen escuelas. Si los maestros hicieran eco de la absurda petición del señor Rivera y el Ejecutivo lo hiciera también de los peticionarios, yo esta- ría satisfecho, porque ello me daría una prueba más para reforzar mis opiniones. Si yo fuese un adulador, un farsante que se contenta con halagos, dijera que Costa Rica es el pueblo más culto de la tierra; pe- ro mi conciencia se traicionaría, sentiría asco de mí mismo. El filósofo Vincenzi en sus conferencias de Nicaragua dijo a los nicaragüenses, sin un estudio detenido, que para que Nicaragua no tuviera problemas, debía trocar sus “cañones en pupitres”, diciendo con eso, que debiera ilustrarse, educarse, para dejar los problemas de su barbarie. Nicaragua, que es en muchos conceptos un pueblo bár- baro, oyó aquella requisitoria y guardó silencio: ¡alguien les había di- cho una verdad! Y no pidieron por ello su expulsión, a pesar de que la i n d i r e c t a iba contra los soldados, el sector menos culto de todo el país. Aquí, en cambio, no es un soldado, sino un maestro el que pide mi expulsión, por una apreciación más justa y menos ofensiva que la del filósofo Vincenzi. Cuando el señor Rivera estuvo en México, debió haberse senti- do en otro ambiente; puesto que aquella tierra de héroes militares, no se compagina con esta “tierra de maestros”. Pero algo de México debe haber traído en su mochila, cuando viene tan bravo y de tan sensible patriotismo. Repito que nada me preocupan los deseos del señor Rivera, lo que si me extraña es que sea don Otilio Ulate, quien de acogida en su periódico a una tontería: a un desbordamiento tan fuera de tono como de lógica. Clemente Marroquín Roxas La Prensa Libre, 8 de marzo de 1935, p. 4. 144 Iván Molina Jiménez D. MARIO SANCHO Comenta los artículos de don Clemente Marroquín Roxas “¿Qué ha dicho usted que no sea verdad pura y desnuda y que antes no hayamos dicho nosotros?” “Yo, señor Marroquín, todavía no peino canas y sin embargo alcancé a conocer una Costa Rica muy distinta de esta de ahora”. “El burocratismo es el cáncer que nos devora”. Cartago, 8 de marzo de 1935. Señor don Clemente Marroquín Roxas San José. Muy señor mío: Con mucho interés he leído sus artículos publicados en L a Prensa Libre bajo el epígrafe “Tras del Telón Radiante, la Miseria”, no sólo porque usted tuvo la amabilidad de incluirme entre las cuatro personas a quienes ha dedicado especialmente esos artículos sino porque, conocedor como soy de sus condiciones de hombre capaz y verídico, estaba seguro de hallar en ellos más de una observación jus- ta y provechosa sobre nuestro medio. Los costarricenses aunque quisiéramos no podríamos negar que hemos vivido largo tiempo creyéndonos, a igual del famoso pre- ceptor de Cándido en el mejor de los mundos posibles dentro de nuestra pequeña Costa Rica, pero ya comenzamos, a lo que parece, a despertar de tal pueril, optimismo y a sentir lo que se siente siempre que se ha dormido más de la cuenta y se ha abusado de un alcohol o de una droga, esto es la cabeza bastante adolorida y el paladar amar- goso y repugnado al solo recuerdo de aquello que la víspera no más constituía su delicia. Tal es en efecto la actitud de espíritu en que nos encontramos hoy, roto ya el encanto a los golpes de la realidad. Nadie quiere seguir viviendo en eso que los ingleses llaman a fool’s paradise (un paraíso para tontos), oyéndose llamar ciudadano sin tacha de un país ejemplar rebosante de cultura, paz, moralidad, riqueza y cuantas cosas buenas hay en el mundo cuando la verdad es que somos pobres, ignorantes, inmorales, atrasados, y seríamos también díscolos y re- voltosos lo mismo que nuestros hermanos de Centro América si no hubiéramos estado por tanto tiempo dormidos. A los costarricenses que de veras queremos nuestro país y deseamos para él mejores días nos repugna y asquea hasta el grado de levantarnos el estómago en franca náusea la bazofia de alabanzas extrañas interesadas en agra- darnos y de excesiva complacencia propia, con excepción, claro está, de uno que otro maestro de escuela dispuesto a revenirse de gusto cuando algún viajero amable nos endilga desde las columnas del pe- riódico por la milésima y una vez los consabidos y resobados piropos 145El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 de nación culta, pacífica, progresista, democrática, donde las eleccio- nes son químicamente puras y los distintos ramos de la administra- ción del Estado están en manos de los más capaces y de los más ho- norables, no obstante que todos aquí estamos –y ahora en víspera de campaña electoral más que nunca– en el secreto de que los partidos políticos se forman en Costa Rica exclusivamente a base de colectas de dinero con el deliberado propósito de comprar los sufragios de un electorado hambriento para rodear las apariencias de República a una oligarquía que no oye en cuanto coge el mando más voz que la de los cafetaleros, pues que es la única que representa dentro de nuestra po- breza un poder económico, y no obstante también de que no pasa día en que se hable de algún chanchullo o de algún cohecho de nuestros funcionarios públicos desde los más altos hasta los más bajos, porque aquí la desmoralización no se limita, como pareciera desprenderse de sus artículos, a los estratos ínfimos de la sociedad, sino que alcanza hasta a las capas superiores donde hacen figura y presumen de hono- rabilidad tal padre conscrito, tal jurista eminente, o al jefe de este y de aquel departamento de la Administración Pública. Grande ha sido el empeño de la clase gobernante en mantener bajo la influencia de falacias, boberías como aquellas que acabo de enu- merar y otras aún más falsas y risibles como la de la Sanidad y Asisten- cia Social, las cuales no sirven por lo común de otra cosa que de pretex- to al burocratismo más desenfrenado, y sobre todo, esa que usted apun- ta tan certeramente: la superstición del especialísimo interés que dicen profesar a la Enseñanza nuestros gobiernos, aunque en el fondo todos estemos también convencidos de que nuestros colegios y escuelas, por culpa de la politiquería y del favoritismo que presiden en su organiza- ción, no están integrados en la mayoría de los casos con los mejores ele- mentos sino con individuos incapaces de obtener un modus vivendi en otros campos, llegados al de la enseñanza de arribada forzosa, sin voca- ción y sin más méritos que haber andado en las plazas de los pueblos azotando el aire con sus gritos y sus discursos de propaganda electorera. Esos inválidos mentales es natural que se encuentren bien ha- llados con las deficiencias de nuestros colegios y escuelas, sea porque no las echan de ver o porque miren con perezoso recelo cualquier re- forma de sus métodos y programas que pudiera demandarles más es- fuerzo y más preparación. Es también natural que chillen y protesten en cuanto se habla de corregir defectos e imponer mejoras. Entre ellos recluta la clase gobernante sus aliados más sumisos y los que mejor la ayudan en su empeño de que el pueblo costarricense no abandone jamás su boyuno sometimiento y su ingenua conformidad con el desorden constituido. Nada tiene pues de raro que de allí haya partido la protesta contra usted y la solicitud de su expulsión al Ejecutivo por el delito grave de no haber usted venido a bailarnos el agua a los costarricen- ses y de no haber querido acreditarse de adulón e insincero, ya que su permanencia entre nosotros ha sido lo bastante larga para que usted no pueda alegar ignorancia de las cosas que la benevolencia diplomá- tica o la amabilidad en tránsito dejan ver, bien por falta de tiempo o bien por exceso de cortesía. 146 Iván Molina Jiménez No haga usted caso de esos desplantes, señor Marroquín, y créame que si yo los traigo a cuento es únicamente porque, en mi condición de compatriota y colega de ese señor Rivera, me siento apenado de su poco hidalgo comportamiento. Ese visitador de escue- las probablemente jamás se ha atrevido a protestar de nada, pero ni siquiera de aquello que de más cerca le atañe (una promoción injusta o la destitución arbitraria de algún compañero, por ejemplo), pero ahora encuentra fácil, escudado en un patriotismo de gran parada, acusarle a usted –guatemalteco honorable que no le está comiendo de balde a ningún costarricense el pan amargo del destierro–, de ex- tranjero pernicioso, sólo porque se ha interesado sinceramente en observar las insuficiencias de nuestras instituciones y los inconve- nientes de nuestras costumbres. ¿Qué ha dicho usted que no sea la verdad pura y desnuda y que antes no hayamos dicho nosotros? ¿Es acaso calumnia decir que el costarricense es el más incapaz de los americanos para ganarse la vi- da? ¿O que el comercio y la agricultura en grande de este país están en manos de extranjeros? ¿Por ventura ignorábamos los costarricen- ses estas cosas? Yo, señor Marroquín, todavía no peino canas y sin embargo al- cancé en mi niñez a conocer una Costa Rica muy distinta de esta que ahora en que casi todos sus hijos lo esperamos todo del Estado, una Costa Rica formada por varones valientes, activos y emprendedores, co- mo Vicente y Ramón Aguilar, Francisco Peralta, Aniceto Esquivel, Braulio Morales, Alejo Jiménez Cervantes, en la agricultura y en la banca, y Juan Hernández y Juan y José Ramón Rojas Troyo en el co- mercio. Entonces aquí como en otros países los hombres peleaban por lo que se ha llamado un puesto al sol, no como hoy que luchamos, si es que tal cosa puede llamarse lucha, por un puesto a la sombra, un em- pleo de gobierno que nos permita estar tranquilos en el fondo penum- broso de una oficina pública sin mayores trabajos ni preocupaciones. El burocratismo es el cáncer que nos devora, y nuestros go- biernos durante 30 años lo han ido fomentando, no precisamente obligados por las necesidades del desarrollo del país, sino por aumen- tar y mantener la clientela política que aquí sirve de comparsa en las mascaradas electorales y ayuda a darle al país esa falsa fisonomía de- mocrática de que se ufanan tanto nuestros actuales dirigentes. Nin- guno de esos gobiernos se ha ocupado nunca seriamente de combatir el mal burocrático canalizando las fuerzas vivas de la nación, existen- tes y activas en los tiempos a que hemos hecho referencia, y empu- jándolos por nuevos cauces a la colonización del territorio y al apro- vechamiento de sus recursos. Esto mismo que ahora dice usted y que ha movido en su contra la solicitud de expulsión de ese visitador de escuelas, lo había dicho ya hace algunos años el Doctor Ferraz, un maestro de verdad y gran amigo de Costa Rica además, a pesar de que tampoco había nacido en ella. “Se habla por todas partes de la florida juventud en quien se fun- dan todas las esperanzas, y se les cierran todas las carreras, menos la de l e t r a d o , y eso que las letras son plaga de esta sociedad y cría de pa- rásitos de oficina en sentir de autorizados pedagogos”. 147El telón descorrido: Clemente Marroquín Rojas y Mario Sancho en la Costa Rica de 1935 Pero estos nuestros olímpicos directores que se llaman a sí mis- mos hombres de Estado en vez de atender tan sabias admoniciones y de sacar a la juventud de estas incipientes y adormiladas ciudades nuestras donde vegeta, y dirigirla hacia los campos de la agricultura y de la industria, se han contentado con mantener abiertas dos escuelas superiores: la una presidida por el signo de la espátula y del almirez, y la otra por el de las balanzas de Tennis. En aquella se preparan botica- rios y en esta otra se gradúan nuestros jóvenes, como se graduaron antes nuestros próceres de la chicana, de maestros en las ingeniosida- des del Procedimiento. También tiene el país una Escuela de Agricul- tura en la oreja de la capital con cuatro palmos de tierra donde pue- den experimentar los cuatro muchachos que a ella asisten no tanto con la idea de aprender la teoría agrícola como con la de sacar un títu- lo de agrónomo que les autorice acogerse, eso también, al descansado y umbroso cobertizo del Presupuesto. Más, aun conociendo como co- nocemos a nuestros hombres de gobierno y su acentuada proclividad al simulacro, no les creemos capaces de ufanarse mucho de esta es- cuela, por tanto no diremos más de ella ni de la de Artes y Oficios que también debieran haber organizado desde hace mucho tiempo en vez de cargársela a la espalda a los Padres Salesianos de Cartago. Ya ve usted, señor Marroquín, que sus escritos nada tienen de temerarios y que más bien están sustentados en la observación serena de los hechos. No veo pues cómo pueda nadie que no sea un maestro de escuela servil, pedir que se le destierre a usted por decir lisa y lla- namente la verdad, cuando si alguna cosa hay que observar a sus artí- culos es que se han quedado cortos ya que usted se ha limitado a se- ñalar el mal sin preguntarse donde se origina ni meterse a averiguar las responsabilidades que de él se derivan. Algo creo haberle dicho en esta carta de lo que considero el origen de nuestras enfermedades so- ciales, y respecto a las responsabilidades pienso que todas deben car- garse a nuestros dirigentes monopolizadores del Poder. Ellos han convertido a la Costa Rica limpia, activa y honesta de nuestros padres en un país en que abunda el cagatinta y el impostor. Le felicito señor Marroquín, por su labor valiente y le estrecho cordialmente la mano. Mario Sancho La Prensa Libre, 9 de marzo de 1935, pp. 1-2.