Populismos de derecha en el siglo XXI: El fenómeno, el debate y el caso del presidente Donald Trump en Estados Unidos Juan Muñoz-Portillo Escuela de Ciencias Políticas/CIEP Universidad de Costa Rica Resumen Este trabajo busca responder dos preguntas. Primero, ¿qué es populismo? Segundo, ¿por qué en años recientes parecen observarse más gobiernos populistas de derecha? Para ofrecer respuestas, se revisa la literatura sobre ambos temas. El primero genera un amplio debate. En el trabajo se argumenta que esto se debe al contenido altamente ideacional de este concepto, que hace que su identificación, su medición y su comparación empírica sean muy difíciles. Además, el interés en estudiar el populismo está asociado con sus manifestaciones regionales y temporales. Las explicaciones sobre el auge de los gobiernos populistas de derecha en años recientes se dividen entre las que enfatizan los aspectos económicos y las que lo hacen sobre el cambio cultural. Sin embargo, no hay consenso en la literatura. Para ilustrar estos problemas, el caso de la presidencia de Donald Trump en los Estados Unidos se estudia a lo largo de este ensayo. Populismo, recesiones económicas, valores postmateriales, epistemología, metodología. 1 El 8 noviembre de 2016 el empresario y celebridad de televisión Donald Trump, fue electo Presidente de Estados Unidos. Este líder del Partido Republicano venció en la contienda electoral a la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton. Aunque la alternancia en el gobierno entre los partidos Demócrata y Republicano es lo normal en ese país, Donald Trump fue un candidato atípico y su presidencia también lo ha sido. Es una persona acostumbrada a hacer y decir lo que piensa, aunque sus acciones causen incomodidad. Por ejemplo, como candidato presidencial en algún momento remedó, con tono burlesco, la discapacidad de un periodista del New York Times —aunque negará que esa era su intención—. También, durante un debate con Hillary Clinton, en octubre de 2016, dirigió una crítica a inmigrantes latinoamericanos hacia Estados Unidos, generalizando a algunos bajo el término bad hombres (una combinación de las palabras bad (malos) y hombres, de inglés y español, respectivamente) (Díez, 2016). A pesar de su irreverencia y tratamiento ligero de temas políticos sustanciales, millones de estadounidenses votaron por Trump. ¿Tiene alguna relación el lenguaje verbal y no verbal utilizado por Trump con su éxito entre varios grupos de votantes, que a la postre contribuyeron a que asegurara su victoria electoral? Aunque intuitivamente la respuesta a esa pregunta puede ser afirmativa, responderla empíricamente plantea muchos retos que dividen a la comunidad académica en ciencia política y disciplinas afines. Este trabajo busca responder dos preguntas. En primer lugar ¿qué es populismo? Como se verá a continuación, dar respuesta a ese problema genera amplio debate. En segundo lugar, ¿por qué en años recientes parecen observarse más gobiernos populistas de derecha? Con el objetivo de ofrecer respuestas se revisa la literatura sobre estos temas. Se argumenta que una razón de por qué definir populismo genera tanto debate académico se debe a su contenido altamente ideacional, que hace muy difícil su identificación, medición y comparación empírica. También, el interés por estudiar populismo está asociado a sus manifestaciones regionales y temporales. Los factores que explican el ascenso de populismos de derecha en años recientes se dividen entre explicaciones que enfatizan aspectos económicos y los aspectos de cambio cultural. Sin embargo, no hay consenso en la literatura. Para ilustrar estos temas, a lo largo del ensayo se estudia el caso de la presidencia de Donald Trump, en Estados Unidos. El problema El caso de un político que como Trump con frecuencia hace y dice lo que piensa, en apariencia, con poca o ninguna meditación, utilizando un lenguaje simple y a veces coloquial, no es nuevo. Para citar un caso, en América Latina se puede recordar al Presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías (1999–2013), entre otras cosas, por dirigir un discurso que generaba simpatía entre los sectores más populares de su país. Él acostumbraba utilizar frases irreverentes. Por ejemplo, en una ocasión llamó burro al ex presidente de Estados Unidos, George W. Bush (2002–2009) (Semana, 2013). Para algunos Trump y Chávez tienen en común ser populistas (Hawkins, 2009; Inglehart & Norris, 2019). El término populismo o su adjetivo, populista, se usan desde hace muchos años con cierta frecuencia en la academia, la prensa y la política, pero con bastante imprecisión y, usualmente, con el objetivo de desdeñar una forma de hacer política. Por ejemplo, el historiador estadounidense tituló una ponencia que impartió sobre el tema en Londres, en 1967, “Everyone is Talking About Populism, but No One Can Define It” (Todos hablan sobre populismo, pero nadie puede definirlo) 2 (Derbyshire, 2016). Apenas en 2004, el politólogo Cas Mudde (2004) propuso —como se estudiará más adelante— una definición que ha obtenido bastante aceptación, pero también rechazo (Aslanidis, 2016; Edwards, 2015). Entonces, definir populismo no es fácil y eso puede deberse a que encontrar qué es exactamente tampoco lo es. Si el populismo existe objetivamente se podría definir, diferenciarse de otros fenómenos similares y a partir de allí medirlo. Sin embargo, dentro de la misma comunidad académica el hecho básico de encontrar una definición adecuada sobre qué es, genera debates muy acalorados entre investigadores en revistas especializadas, páginas de opinión y redes sociales (@CasMudde, 2017; Baker, 2019; Edwards, 2015). Para empezar, el populismo no es algo que se pueda diferenciar fácilmente de otros fenómenos similares. Con frecuencia se confunde con términos como political outsider —una persona nueva en política que alcanza rápidamente altas posiciones dentro de partidos y en puestos de elección—, nacionalismo, autoritarismo y euroescepticismo (Barr, 2009; Levitsky & Ziblatt, 2018; Mudde & Rovira Kaltwasser, 2017; Rydgren, 2007). Para seguir, el populismo no tiene una realidad objetiva —externa a quien observa—. Todo lo contrario, su naturaleza es subjetiva e intersubjetiva; es decir, consiste de creencias y, en general, ideas que se forman en la mente de las personas y se comparten y retroalimentan a través del discurso (Laclau, 2005)1. Para las ciencias sociales que se identifican con la explicación causal de fenómenos, como hacen las ciencias naturales, sería deseable poder clasificar y medir varios de esos elementos y responder preguntas del tipo, si todo lo demás permaneciera constante, ¿qué causa que en un país se manifieste más el populismo que en otros?, ¿es el político A más populista que el político B? o si ¿existe una relación, y de qué tipo, entre el populismo y las recesiones económicas? Desafortunadamente, si no se cuenta con una definición adecuada de populismo y no se puede cuantificar, es difícil llevar a cabo la operación de explicarlo y explicar sus consecuencias. Piénsese que, de acuerdo con la definición de discurso propuesta arriba, aplicada a los gestos de Trump remedando a un periodista con una discapacidad, primero habría que determinar si eso efectivamente es populismo y luego pensar si se puede medir o clasificar de alguna manera. Para los científicos sociales que no creen en una ciencia social modelada en las ciencias naturales, el discurso y la interpretación que dan sus receptores, como experiencias subjetivas, simplemente, no se pueden precisar objetivamente y mucho menos cuantificar. La investigación social tendrá que conformarse con tratar de comprender el sentido que emisores y receptores dan a un discurso en contextos específicos. Aún más, las interpretaciones serán dependientes del contexto. Es interesante notar que el contexto importa en el caso del populismo. La investigación ha tenido una vertiente latinoamericana y otra europea, debido a los problemas particulares a cada región. El debate sobre qué es populismo El debate sobre qué es populismo y sus consecuencias es relativamente viejo. El estudio del fenómeno probablemente está motivado por la forma en que se manifiesta en regiones y épocas específicas; por ejemplo, en cuanto a manejo macroeconómico y sentimiento nacionalista o de clase. Algunas de las primeras referencias al término se encuentran en el 1 Al lenguaje verbal y no verbal, escrito y no escrito, con una intencionalidad explícita o latente, relacionadas a contextos sociales específicos se le suele denominar genéricamente como discurso (Laclau, 2005, p. 27). 3 período que va de 1870 a las elecciones de 1896, en Estados Unidos. Una nación que está saliendo de una guerra civil se enfrenta a dos décadas de estagnación económica y los agricultores son quienes más la sufren. Se funda el Partido del Pueblo y este decide apoyar al candidato del Partido Demócrata, William Jennings Bryan, quien basa su campaña en ataques contra élites económicas y políticas dominantes, culpabilizándolas de los problemas sufridos por los agricultores (Berlin et al., 1968; Laclau, 2005, pp. 248–253; Runciman, 2018, pp. 67–68). Más o menos desde el último cuarto de siglo XX, el populismo es asociado con frecuencia a América Latina y a Europa continental, con tendencias a la izquierda y derecha política, respectivamente. En términos ideológicos, a la izquierda se le vincula con ideas de liberalismo moral y acciones de política que promueven el cambio y la justicia social en temas de libertad, derechos sexuales, el derecho al aborto, derechos de minorías y la redistribución de la riqueza; además, defensa de la protección del medioambiente. Mientras que a la ideología de derecha se le asocia con orden o conservación del estatus quo. Es decir, quienes abrazan esta ideología tienden a manifestar resistencia hacia el cambio de las propuestas identificadas como izquierda política. Por el contrario, procuran la conservación de ordenes y valores vinculados a la economía clásica liberal —orientada al libre mercado— por lo que creen poco o no creen en la redistribución a través del Estado, y valores morales, algunos en temas de religión y costumbres sociales (Sánchez-Cuenca, 2018; Volkens et al., 2013). A la extrema derecha se le identifica con nacionalismo, xenofobia, islamofobia y antisemitismo (Betz, 1994, p. 4; Rydgren, 2007). En América Latina, el populismo ha sido vinculado a movimientos de masas contra la desigualdad, por ejemplo, en tenencia de tierras y en algunos países se le ha relacionado con movimientos sociales como el indigenismo (Berlin et al., 1968, pp. 145–148). Por otra parte, economistas como Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards catalogan, despectivamente, como populistas a gobernantes latinoamericanos, que utilizan políticas macroeconómicas para atacar pobreza y desigualdad social (Dornbusch & Edwards, 1991). En Europa continental, las políticas contra el nacional socialismo después de la Segunda Guerra Mundial, la institucionalización de la socialdemocracia y el socialcristianismo, como opciones partidistas más fuertes, impulsaron la creación de partidos como el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por sus siglas en alemán) y Los Republicanos (Die Republikaner), en Alemania. La reacción contra las altas tasas impositivas sobre el ingreso personal y de las empresas, como las políticas redistributivas en Noruega y Dinamarca, motivó la creación de los llamados partidos progresistas en la década de 1970. El nacionalismo (regional) ha impulsado la creación de partidos nacionalistas en la Bélgica valona y el norte, más industrializado, de Italia. En Francia, en reacción al comunismo, la inmigración y a las protestas progresistas de 1968 se funda, en 1972, el partido conservador Frente Nacional. Todos estos partidos manejaban un discurso populista, además de nacionalista y conservador. Hasta mediados de la década de 1980, sus resultados electorales en todos los casos eran modestos. De acuerdo con Betz (1994, p. 3), a finales de ese decenio esa situación cambia y toman más fuerza como reacción al cambio económico y cultural que se acentúa hacia el final de la Guerra Fría (circa 1989). En años recientes, el populismo ha despertado mayor interés en las ciencias sociales, motivado por el contexto histórico. En el Gráfico 1 se observa que durante la presente década 4 se da un incremento considerable del número de investigaciones que estudian este fenómeno. Empero, ya desde la década de 2000 viene en aumento. Las razones no son tan diferentes a las de décadas precedentes. Gráfico 1. Publicaciones académicas que contienen los términos populismo y Donald Trump y factor de interés de Google Trends sobre el tema Donald Trump 40 35 35 30 30 25 25 20 20 15 15 10 10 5 5 0 0 Año Populismo Donald Trump Factor de interés en tema 'Donald Trump' Nota: El factor de interés de Google Trends se define como la proporción de las búsquedas sobre términos determinados en un día, como Donald Trump, en relación con el total de búsquedas el mismo día. Fuente: Búsquedas por los términos populismo y Donald Trump, en revistas académicas de ciencias políticas en el sitio Web of Science, y Donald Trump, en Google Trends, realizada el 3 de julio de 2019. En América Latina son frecuentes los populismos de izquierda —en realidad, los que propugnan una justicia económica— que resurgieron desde finales de la década de 1990 y durante la de 2000 (Doyle, 2011; Hawkins, 2009). Mientras que en Europa se da un resurgimiento del populismo de extrema derecha durante el mismo período (Matthijs Rooduijn, 2019; Rydgren, 2007). El fenómeno de más líderes populistas de extrema derecha en Europa se ve probablemente aumentado por eventos como la expansión de la Unión Europea hacia países ex comunistas en el centro y este de ese subcontinente, en 2004, la crisis financiera de 2007-2008 y la recesión económica consecuente. No obstante, un aumento elevado en publicaciones sobre populismo se registra en 2017, lo que parece tener asociación con la victoria electoral de Donald Trump el año anterior. También, estaría relacionado con el referéndum sobre la permanencia de Reino Unido dentro de la Unión Europea, el 23 de junio de 2016, evento conocido como Brexit. Ambas propuestas están catalogadas como populismos de derecha (Inglehart & Norris, 2019; Runciman, 2018; Schmidt, 2017). Para complicar las cosas, líderes considerados populistas de extrema derecha como Rodrigo Duterte en Filipinas, Recep Tayyip Erdoğan, en Turquía, Narendra Modi, en India, y Jair Bolsonaro, en Brasil, ascienden o han aumentado sus poderes ejecutivos durante el último lustro. Entonces, podría tratarse de un fenómeno global que amenaza las democracias (Levitsky & Ziblatt, 2018, p. 16; Runciman, 2018, pp. 64–67). 5 Número de publicaciones 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017 2018 2019 Factor de interés 'Donald Trump' Problemas ontológicos y metodológicos Definir populismo no es fácil y ontológicamente hay quienes cuestionan la posibilidad de que tal cosa exista (Baker, 2019; Edwards, 2015; Weyland, 2001). Para algunos, ese término se ha convertido en un cajón donde depositar fenómenos de naturaleza similar pero distinta. Es el caso, especialmente en Europa, de conceptos como autoritarismo, nativismo y el euroescepticismo —escepticismo sobre la integración regional europea— (Matthijs Rooduijn, 2019; Rydgren, 2007). El problema fundamental es que el populismo tiene un fuerte elemento ideacional. No es un objeto material a ser subsumido a través de un concepto, sino, más bien, abstracto. Es decir, también es una idea o concepto que interactúa entre las mentes de las personas y el mundo real. Se trata de un problema filosófico de la correspondencia entre concepto y objeto material o abstracto; de hecho, uno de los más antiguos en la historia de la ciencia (Díez & Moulines, 2008, p. 95). Especialmente en ciencias sociales, en esencia todos los conceptos tienen elementos ideacionales y este factor hace que quienes investigan en principio tengan que prestar atención a lo cognitivo y lo lingüístico; o sea, los procesos que producen, transmiten ideas y generan creencias. Pero las ideas son difíciles de precisar conceptualmente y medir. Para algunos es una tarea imposible (della Porta & Keating, 2008). Debido a esto, la persona científica social con frecuencia evita los dilemas filosóficos y operacionaliza los conceptos procurando encontrar elementos observables. Las decisiones epistemológicas y metodológicas de las personas investigadoras que excluyen elementos filosóficos clave por ideacionales, generan críticas desde las ciencias sociales que se decantan por la teoría crítica y el postestructuralismo (p.ej. Mouffe, 1999); como también desde quienes hacen ciencia social desde una perspectiva positivista2. Esta discusión se observa con conceptos como estado de la economía, medido por el producto interno bruto (PIB) —una medida del desempeño de una economía—, y democracia —un régimen político—. Estos conceptos y sus mediciones siguen generando amplio debate en economía y ciencia política. Su operacionalización en indicadores empíricos tiene implicaciones filosóficas, inclusive, del tipo normativo (Coyle, 2014; della Porta, 2017). El cambio interanual en el PIB —o sea, crecimiento económico— se utiliza con frecuencia como proxy del estado de la economía, para la toma de decisiones en política económica. Del mismo modo, el PIB per capita da una idea muy general de la distribución del ingreso si se le compara entre países. Empero, ambos casos ocultan dimensiones como la innovación productiva, la equidad y la percepción de justicia en la distribución del ingreso, el bienestar material y psicológico, que también afectan el estado de la economía (Coyle, 2014, pp. 104– 106; The Economist, 2016). La operacionalización de democracia en buena parte de la investigación comparada se fundamenta en teorías de democracia liberal, que la relacionan con mínimos observables, como elecciones periódicas, libres y limpias y libertades civiles. Es decir, poliarquías. Sin embargo, deja de lado temas sustantivos difíciles de cuantificar como la deliberación y el conflicto político (della Porta, 2017, p. 18; Mouffe, 1999). 2 Para definiciones sobre teoría crítica y postestructuralismo consúltese Heywood (2015, pp. 115–119). Con respecto a positivismo y, en general, una perspectiva general de los debates epistemológicos en ciencias sociales véase Della Porta y Keating (2008). 6 Mientras que para el estado de la economía y la democracia se pueden encontrar fácilmente algunos indicadores empíricos que anclan de alguna manera ambos conceptos a la realidad, en el caso del populismo las variables siguen siendo ideacionales. Populismo proviene del concepto pueblo. En este sentido, la mayoría de analistas coincide en que un mínimo común denominador es que el populismo divide normativamente entre un pueblo de un otro constituido por élites económicas, políticas e intelectuales que se aprovechan injustamente del primero (Eichengreen, 2018, p. 8; Hawkins & Rovira Kaltwasser, 2019; Inglehart & Norris, 2019, p. 4; Mudde, 2004). Pero, para uno de los autores más citados en esta literatura, Ernesto Laclau (2005, p. 150), objetivamente el pueblo no existe. Más bien, se trata de una idea —él lo denomina un significante vacío— que toma forma a través del discurso de los populistas, las acciones de quienes se identifican con el mensaje y su interacción con relaciones de poder dispares. Esa indeterminación plantea problemas metodológicos. ¿Cómo medir algo que no se puede precisar qué es? Spruyt, Keppens y Van Droogenbroeck (2016) y Clarke, Goodwin y Whiteley (2017, capítulo 5) demuestran, a través de encuestas de opinión, que el pueblo es una identidad de grupo —como existen, por ejemplo, con personas que se identifican con alguna religión—. En términos empíricos, esa identidad está moldeada por múltiples factores. Como se sospecha (cfr. Eichengreen, 2018, p. 8; Runciman, 2018, p. 66), quienes se identifican con el pueblo tienden a tener menos recursos económicos, niveles inferiores de escolaridad y han sido afectados negativamente por factores como la globalización y el cambio tecnológico. Además, manifiestan resentimiento hacia quienes sí tienen posiciones más aventajadas en la sociedad. Está claro que el debate filosófico no se cimenta con evidencia de este tipo. Desde el punto de vista metodológico de estas investigaciones, la identidad de pueblo es una variable latente, que no se observa directamente pero se aproxima a través de un conjunto de variables que tienen alguna relación estadística. En todo caso, son resultados que dan bases más sólidas para tener confianza en que el pueblo se puede estudiar empíricamente, aunque de manera muy aproximada. El problema del discurso populista y sus implicaciones psicosociales y normativas El problema siguiente se relaciona con la constitución del populismo, la forma en que se transmite y sus efectos psicosociales. Para Eichengreen (2018, p. 9), el populismo puede heurísticamente definirse como un estilo de hacer política. El comparativista político Cas Mudde va un poco más allá, aunque tratando de encontrar elementos operacionalizables en el conjunto de ideas que pueden constituir el populismo. Precisamente, él define al populismo como un tipo especial de ideas: una ideología “delgada”. Esto es un sistema de ideas poco estructurado que puede amoldarse tomando elementos de otras ideologías más estructuradas, como el nacionalismo, neoliberalismo y socialismo (Mudde, 2004, p. 544). La ideología delgada consiste en la dicotomía normativa entre pueblo (bueno) y élite (mala). La ideología gruesa puede ser, por ejemplo, el nacionalismo, el nativismo caucásico o el autoritarismo. Su definición mínima posibilitaría establecer clasificaciones operacionalizables: populismo nativista, populismo de izquierda, populismo de derecha, populismo de derecha nativista, etc. Aslanidis (2016) no está de acuerdo en clasificar al populismo como una ideología, sino como un tipo de encuadre discursivo, lo que tal vez lo acercaría a Eichengreen (2018), en la definición de este último de populismo como un estilo de hacer política. En este sentido, lejos de ser un sistema de creencias compartido entre el líder populista y el pueblo, el primero tiene 7 la intención de motivar la formación de creencias y apoyos para alcanzar sus objetivos, independientemente de si comparte la creencia de que el pueblo es víctima de élites corruptas. Lo que sí tienen en común los populistas, según Aslanidis (2016), es la utilización de lo que algunos psicólogos sociales llaman encuadre (framing) del mensaje. Esto es la forma en que un discurso se prepara y se transmite para alcanzar ciertos receptores y, en teoría, modificar su conducta (Aslanidis, 2016, pp. 98–100). Sobre qué constituye o no una ideología es un tema de amplio debate y Aslanidis (2016). Sin embargo, sí es importante destacar que, como señala este autor, el discurso y sus efectos psicosociales son significativos y la definición de Mudde (2004), aunque útil operacionalmente, es limitada en este otro aspecto. El discurso condensa implícitamente elementos relacionados con la historia, la cultura y la pragmática del lenguaje de contextos específicos. En consecuencia, tiene aspectos que son muy difíciles de precisar mediante reglas lingüísticas, computacionales o métodos de prueba empírica. No obstante, sus implicaciones psicológicas y sociales son muy significativas, aunque desde las ciencias sociales —y las ciencias naturales— no se entienda bien cómo funcionan3. En Estados Unidos esto se puede apreciar con el eslogan de la campaña de Donald Trump Make America Great Again —Hagamos a los Estados Unidos grande otra vez—, que puede significar muchas cosas —es un significante vacío, en la terminología de Laclau (2005)— dependiendo de quien lo interprete. Para algunos el eslogan condensa en pocas palabras ideas de un supuesto pasado glorioso en la historia de Estados Unidos, además de nacionalismo (Schmidt, 2017). Otra instancia similar es el término bad hombres utilizado por Trump en su campaña. Implícitamente, por lo que se dice y en el contexto en que se dice, la frase podría contener un estereotipo: problemas como el tráfico ilegal de drogas lo producen inmigrantes que en su mayoría vienen de países de América Latina (Díez, 2016). Se sabe que los estereotipos son elementos utilizados en el discurso que de alguna manera afectan la psicología de algunas personas, motivando la discriminación étnica (Brigham, 1971). Es sabido que Trump dirigió ampliamente su estrategia de campaña a captar el voto de hombres blancos de escolaridad e ingresos bajos que han sido afectados por la globalización (Schmidt, 2017, p. 355)—. Posiblemente, la discriminación era su intención. Como se estudia a continuación, la forma en que se encuadra un mensaje, puede ser crucial para alcanzar los objetivos deseados. Aplicando lo que en ciencias sociales se conoce como hermenéutica, algunos investigadores estudian el sentido de frases como bad hombres y el poder o influencia social que logran ejercer. Específicamente, a esto se le denomina análisis de discurso, y se vincula al postestructuralismo (p.ej. Schmidt, 2008). En lugar de intentar explicar, quien hace análisis de discurso interpreta el discurso oral y escrito, aplicando sus conocimientos en teorías del lenguaje, psicología social y teoría social, y su propia experiencia subjetiva. Buscan demostrar cómo, a través de una combinación de discurso y poder, algunas ideas logran calar en la mente de las personas y adquirir un rango de verdad o corrección moral a nivel social, independientemente de si se pueden probar empíricamente o si se sustentan en argumentos bien razonados. 3 El discurso y sus interpretaciones personales —la experiencia subjetiva y, en general, consciencia— no solamente consume el tiempo de sociólogos, teóricos políticos y psicólogos sociales. Es un problema antiguo en filosofía, al que además se dedican lingüistas, neurocientíficos y expertos en inteligencia artificial (Chalmers, 1995). 8 El trabajo de Ernesto Laclau (2005) fue pionero en el análisis de discurso para estudiar el populismo. Más recientemente, Schmidt (2017) lo utiliza para demostrar cómo Donald Trump, o líderes populistas detrás de Brexit en Reino Unido, manipulan el discurso para institucionalizar varias ideas; por ejemplo, sobre nativismo caucásico, sentimiento antiglobalización o sentimiento antiinmigrante y concretarlo en políticas públicas específicas —la decisión de salir de la Unión Europea en el caso de Reino Unido—. Laclau (2005) asume un compromiso normativo y lo justifica en su teoría política. Para este autor, contrario a lo que sugieren sus críticos que lo conciben como algo muy indeterminado o demagogia (p. 91), el populismo tiene una lógica inherente: pretende construir lo político. Para Laclau, esto no está determinado por leyes sociales, como han sugerido los marxistas clásicos o los científicos sociales positivistas. Desde su perspectiva, el populismo es una forma de hacer política; un canal a través del cual quienes se identifican como parte del pueblo se convierten en sujetos de cambio social (Laclau, 2005, pp. 194–195). Mouffe (2018) va más allá al afirmar que para posibilitar esa construcción de lo político, se debe de fomentar un populismo de izquierda4. Del estudio de casos a las comparaciones estadísticas El análisis de discurso es usualmente aplicado a estudios de caso (Schmidt, 2008). Epistemológicamente, las ciencias sociales tradicionalmente han estado divididas entre quienes se suscriben a corrientes hermenéuticas —algunos de los cuales, como Laclau (2005) y Mouffe (2018), asumen además posiciones normativas— y los que creen en hacer ciencia social positiva. Para esta última se pretende describir fenómenos sociales objetivamente y tratar de explicar sus causas y sus efectos, asumiendo una postura neutralmente normativa. En la ciencia política a esto se le relaciona con el área de estudios conocida como política comparada (della Porta & Keating, 2008). Los estudios de populismo desde la política comparada han procurado definiciones que puedan ser comparables entre unidades de observación, como líderes populistas, partidos y países, posibilitando inclusive la medición de magnitudes —p.ej. qué tan populista es un líder, país o discurso—. Como se adelantó, existe cierto consenso entre varios autores sobre una base ideacional mínima que debe contener una definición de populismo5. Esto es que el discurso de los líderes populistas tiene una carga moral que apela a un ‘pueblo bueno’, heredero legítimo de la soberanía democrática, que se diferencia de una ‘élite corrupta’ que le ha explotado. Los comparativistas Inglehart y Norris (2019) comparten en lo fundamental esa definición, pero se enfocan en un tipo específico de ideas socialmente compartidas, especialmente en años recientes: los valores autoritarios. Ellos los definen como: (1) la importancia de la seguridad contra los riesgos de inestabilidad y desorden (extranjeros que roban nuestros trabajos, inmigrantes que atacan a nuestras mujeres, terroristas que amenazan nuestra seguridad); (2) el valor de la conformidad grupal para preservar las tradiciones convencionales y proteger nuestro estilo de vida (defender “nosotros” contra las amenazas a los “valores europeos”); y (3) la necesidad de una 4 Léase, especialmente, el capítulo 4 en Mouffe (2018). 5 Por ideacional, entiéndase ideas en un sentido general. En este sentido, bajo este concepto pueden caber categorías como las ideologías, los principios, los valores y las creencias de algún tipo. 9 obediencia leal hacia los líderes fuertes que protegen al grupo y sus costumbres (“solo yo puedo arreglarlo”, “créeme”, “¿estás en mi equipo?”) (Inglehart & Norris, 2019, p. 7, traducción propia). Definiciones como las de Mudde (2004) e Inglehart y Norris (2019) facilitan la recolección y análisis de datos, ya que estos se pueden obtener a través de técnicas como las encuestas. No obstante, sacrifican muchos elementos subjetivos inherentes al discurso y otros tipos de ideas socialmente compartidas difíciles de determinar. Un equipo de comparativistas, de distintas partes del mundo, autodenominados Team Populism (https://populism.byu.edu/), ha asumido el desafío de tratar de medir algunos otros aspectos difíciles de cuantificar. Su trabajo se resume en el libro editado por Hawkins, Carlin, Littvai y Rovira Kaltwasser (2019). Para estos académicos, la experiencia subjetiva acerca de una idea relacionada con populismo más o menos socialmente compartida, está en parte determinada por un contexto sociocultural en que se utiliza el lenguaje y el encuadre (framing) que se le da. El contexto sociocultural impone limitaciones de sentido: algunos conceptos significan una cosa en un país, pero no se comprenderán en otro. Por su parte, el encuadre involucra, por ejemplo, palabras y expresiones que sirven de activadores emocionales —como el miedo hacia la inmigración— y la invocación de identidades —como el pueblo nacional vs. las elites y los inmigrantes— (Hawkins & Rovira Kaltwasser, 2019). Ellos clasifican precisamente como enfoque ideacional a su trabajo. Sin embargo, se ha tratado de argumentar aquí, en realidad todas las definiciones de populismo son ideacionales, ya que involucran distintos tipos de ideas socialmente compartidas: creencias, identidades, valores, ideologías, etc. que tienen poco anclaje en la realidad (cfr. Schmidt, 2008). No obstante, el sentido social de varias de estas ideas es muy difícil de estudiar comparativamente y eso es, precisamente, lo que quieren alcanzar estos investigadores. En términos metodológicos, los trabajos compilados por Hawkins, Carlin, Littvai y Rovira Kaltwasser (2019), no son muy diferentes a los de autores como Cas Mudde e Inglehart y Norris (2019). En este sentido, algunos utilizan encuestas de opinión y encuestas a élites. Posiblemente, el enfoque metodológico más desafiante es el del análisis de contenido. Team Populism ha construido una base de datos utilizando un método de análisis de contenido conocido como clasificación holística (holistic grading) (Hawkins, Aguilar, et al., 2019). Bajo este enfoque y utilizando la definición establecida por el equipo de investigadores, clasifican los discursos de los líderes políticos y les dan una valoración dentro de una escala ordinal, que va de ‘no populista’, ‘algo populista’, ‘populista’ y ‘muy populista’. Esto se realiza entre varios codificadores capacitados, de quienes se espera alcancen un alto grado de coincidencia en la forma en que clasifican los discursos. Las similitudes serán probabilísticas porque es prácticamente imposible que dos o más codificadores concuerden sobre el sentido de todos los discursos, especialmente cuando el significado de los términos puede variar entre sociedades o contextos específicos6. Lo que se busca es aumentar la probabilidad de que los datos recopilados efectivamente capturen el sentido del discurso, que puede variar entre contextos históricos y culturales. 6 En este sentido, es un trabajo de interpretación humana como el que se realiza en el análisis de discurso descrito párrafos arriba. El análisis de contenido es más extensivo y contiene reglas que restringen la interpretación y disminuyen la probabilidad de sesgos en los datos debidos a la subjetividad de quienes interpretan, aunque esta no se elimina del todo. 10 Debido al esfuerzo comparativo dentro y entre países, este es un trabajo arduo que requiere rigor y muchos recursos económicos, haciendo muy difícil la investigación. Aprovechando avances tecnológicos recientes, Hawkins y Castanho (2019) han intentado automatizar el análisis de contenido, utilizando herramientas analíticas de aprendizaje automático (machine learning). En teoría este emula en alguna medida la manera en que el cerebro humano reconoce patrones culturales en el discurso, como lo harían los codificadores humanos aplicando el análisis de contenido sobre un texto. Sin embargo, como reconocen estos autores, aunque el avance es prometedor todavía es un proceso incipiente (cfr. Hawkins & Castanho Silva, 2016). El ascenso de los populismos de derecha en países altamente industrializados Los datos de Team Populism brindan una buena aproximación comparada de su evolución en años recientes. El Gráfico 2 resume el número de gobiernos que, según estos autores, clasifican como populistas en tres subcontinentes. Se puede observar que en estados exsocialistas de Europa y Asia, como en estados latinoamericanos, el populismo en el discurso de los gobernantes es relativamente común. Hasta el primer quinquenio de la década de 2010 era muy poco frecuente en naciones de Europa occidental, Estados Unidos y Canadá. En este subgrupo, el único gobierno que se contabilizaba como populista a inicios del presente siglo era el de Silvio Berlusconi, Primer Ministro desde 1994 hasta 2011. En cambio, en lo que va del presente quinquenio se contabilizan en Europa Continental y Norteamérica al menos tres gobiernos populistas, incluyendo al de Donald Trump, pero también al de la ex Primera Ministra británica, Theresa May (2016-2019). Es interesante destacar que en este último caso, el Reino Unido parecía exento al populismo. Sin embargo, dentro del mismo Partido Conservador —un partido de derecha— una facción euroescéptica lo ha empujado hacia el populismo. Esto, en parte, ante la presión del Partido de la Independencia del Reino Unido, de extrema derecha, que atrae votantes especialmente con mensajes contra la inmigración (Clarke et al., 2017; Schmidt, 2017). ¿Qué explica el ascenso de gobiernos populistas de derecha en años recientes? Las explicaciones se decantan en dos vertientes: las que enfatizan factores económicos y las que enfatizan la reacción contra el cambio cultural. Ambos tienen antecedentes disciplinares. Hasta donde se tiene conocimiento, según la literatura revisada, quienes estudian los factores económicos suelen ser economistas y los que enfatizan factores culturales son politólogos. 11 Gráfico 2. Gobiernos populistas en diversas partes del mundo, según análisis de contenido, 2000-2015 Estados exsocialistas América Latina Europa Occidental y Norteamérica Estados exsocialistas América Latina Europa Occidental y Norteamérica Estados exsocialistas América Latina Europa Occidental y Norteamérica Estados exsocialistas América Latina Europa Occidental y Norteamérica 0 2 4 6 8 10 Notas: Estados exsocialistas incluye naciones de Asia y Europa que tuvieron regímenes socialistas. Europa Occidental incorpora países del continente europeo que no tienen pasado socialista. Por Norteamérica debe entenderse Canadá y Estados Unidos. La compilación de datos del quinquenio de 2015 no incluye varios de los países, para los cuales se cuenta con datos para años anteriores. Fuente: Elaboración propia con datos de Hawkins, Aguilar, et al. (2019). Las causas económicas Un amplio sector de la población se ve perjudicado por factores como el desempleo o falta de oportunidades. Quienes cuentan con bajos niveles de escolaridad se ven amenazados por el cambio tecnológico y la globalización. La globalización económica —entendida como mayor integración de las economías, más allá de las fronteras del estado nacional— ha producido ganadores y perdedores. Este factor ha generado personas muy ricas y, consecuentemente, también desigualdad. No solamente es la desigualdad entre quienes más tienen y menos tienen. También es el hecho de que casi simultáneamente se dan dos fenómenos. En primer lugar, la deslocalización de la producción de grandes empresas que llevan su manufactura a países donde los costos de producción son más bajos. Esto produce desempleo en áreas y regiones geográficas específicas. En segundo lugar, la globalización genera algunas veces apertura de los mercados laborales, con lo que trabajadores foráneos que cobran menos plantean un reto para los locales, quienes deben reducir sus utilidades para poder competir. Esto se da en gran medida dentro del segmento de trabajos menos calificados (Rodrik & Kennedy, 2018). El resentimiento de las poblaciones más afectadas permanece latente y se transmite a los partidos políticos. Un ejemplo ha sido el cambio en el voto en los llamados rust belt states, en el medio oeste de Estados Unidos. Otrora estados que dominaban la producción industrial, generando miles de empleos menos calificados, votaban tradicionalmente demócrata. No obstante, en las elecciones de 2016 le dieron su voto a Donald Trump, al sentirse ignorados, durante décadas, por sus políticos tradicionales (Muñoz Portillo, 2019). 12 2000 2005 2010 2015 Sin embargo, el descontento de los grupos excluidos no suele tener consecuencias mayores excepto, argumentan algunos, en períodos de recesión económica (Bartels, 2013; Eichengreen, 2018, p. 11; Guiso, Herrera, Morelli, & Sonno, 2019). En este tema existen grandes coincidencias entre la Gran Depresión de la década de 1930, originada con la crisis financiera de 1929, y la Gran Recesión originada también en una crisis financiera, entre 2007 y 2008. Ambas recesiones se relacionan con el ascenso posterior de líderes populistas principalmente de derecha. ¿De qué manera? Algunas teorías sugieren que cuando la economía de los países se encuentra en buen estado eso tiene un efecto positivo en el estado anímico de las personas. En otras palabras, les podría hacer más altruistas y a votar más a favor de partidos de izquierda. En cambio, cuando la economía se encuentra en recesión el ánimo de las personas se ve perjudicado, haciéndoles más individualistas y motivándoles a buscar opciones de política menos democráticas (Lindvall, 2014). Es decir, no solamente votan por populistas quienes se identifican con el pueblo; también lo hacen quienes se ven afectados por las recesiones. A pesar de esto, al menos en la actual ola de populismos de derecha en países industrializados, otros fenómenos han ocurrido desde la crisis financiera de 2008 que, más allá de la recesión que causó, podrían contribuir a explicar el aumento del populismo. Particularmente, ataques terroristas en grandes ciudades europeas perpetrados por organizaciones fundamentalistas que afirman profesar el islam, la crisis de refugiados sirios hacia Europa y países de Norteamérica, entre 2015 y 2016. Vinculado a este evento, la amenaza del autoproclamado Estado Islámico en regiones de Siria e Iraq. Algunos combatientes que se unieron al Estado islámico son europeos descendientes de inmigrantes de distintos países del Medio Oriente. Entonces, la inmigración y la integración cultural también han tenido un efecto en el voto hacia partidos populistas de derecha o las ideas que defienden, como el Brexit (Clarke et al., 2017, p. 12). La literatura se divide para tratar de entender qué tiene más peso para explicar el populismo de derecha, el económico o el cambio cultural. El cambio cultural como causa El cambio cultural se asocia a lo que Ronald Inglehart y sus colaboradores denominan valores postmateriales (Inglehart & Norris, 2003; Inglehart & Welzel, 2005). Por ejemplo, la defensa del medioambiente, la integración étnica y cultural, la equidad de género, el derecho al aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y, en general, ideas de justicia social cultural y económica. Se habla de la influencia del cambio cultural y no del efecto de la cultura per se porque, según Inglehart y sus colaboradores, más o menos desde la década de 1960, especialmente, en sociedades altamente industrializadas, se experimenta un cambio gradual a nivel de valores, actitudes y normas de conducta. Estos autores lo denominan revolución silente por su impacto en la política y la cultura, que se va acumulando lentamente (Inglehart & Norris, 2003, léase el prefacio). El crecimiento económico ha venido aparejado con mayores ingresos para los sectores más globalizados, que generalmente también han tenido acceso a mejores oportunidades educativas. Los valores postmateriales cobran más relevancia, según la teoría de Inglehart y colaboradores, cuando las personas tienen mayor seguridad económica. Esa posibilidad impulsa la adopción de valores postmateriales, que también se transmiten a través del sistema educativo y el entorno social de la persona. Por lo tanto, las generaciones más jóvenes integrarán esos valores directamente en su proceso de formación. El crecimiento también ha 13 generado mayores oportunidades de empleo, especialmente, en las grandes urbes. El cambio generacional ha implicado que los sectores más conservadores tiendan, según Inglehart y Norris (2019, p. 46), a concentrarse en áreas rurales, mientras que los más jóvenes y más expuestos a los valores postmateriales se encuentran en zonas urbanas. El cambio cultural produciría nuevas áreas de conflicto o clivajes entre quienes defienden y promueven esos valores y quienes los adversan que se adhieren al conservadurismo o estatus quo. Aunque hay conservadurismo en los partidos de centro-derecha, son, especialmente, los partidos y facciones de extrema derecha quienes atraen votos de los sectores que se consideran más excluidos. Estos no son suficientes para ganar elecciones. Empero, en años recientes, eventos como los ataques terroristas por autodenominados grupos islámicos, o la crisis de refugiados sirios de 2015-2016 generan ansiedad entre muchas personas. Inglehart y Norris (2019, p. 42) llaman a sus consecuencias efectos de período. Estos interactúan con los cambios graduales estructurales en la cultura. Es decir, los clivajes sociales se acentúan ante un evento que despierta ansiedad contra la inmigración o la integración cultural. Esto porque atrae la atención de votantes marginales que no necesariamente se identifican con el populismo, pero sí con algunas de las propuestas de los líderes populistas. Por lo tanto, más allá de los efectos de las recesiones económicas, este otro tipo de eventos desencadenaría mayor apoyo para el populismo de derecha. Conclusiones Este trabajo ha buscado responder dos preguntas. 1) ¿Qué es populismo? 2) ¿Por qué parecen observarse más casos de populismo de derecha en años recientes? Para responder a estas preguntas se ha hecho una revisión de la literatura sobre populismo y los factores que lo producen. El trabajo es, entonces, un estado del arte, particularmente, de trabajos recientes sobre populismos de derecha y sus causas. Para ilustrar el problema se ha utilizado el caso del ascenso a la oficina presidencial en Estados Unidos, por parte de Donald Trump. Esta selección no es antojadiza. El presente trabajo demuestra que existe una relación entre su victoria electoral en 2016 y un aumento en el interés de la comunidad académica y público en general, para entender qué es populismo, particularmente, el de extrema derecha que se asocia al autoritarismo. La comparación del proceso de definir populismo con otros conceptos clave en ciencias sociales —democracia y PIB— demuestra que, si bien es cierto todo proceso de definir y operacionalizar enfrenta a la persona investigadora con dilemas ontológicos, epistemológicos e, inclusive, normativos, el populismo puede ser más difícil. Esto porque tiene pocos indicadores objetivos que lo vinculen a la realidad. Su naturaleza es muy subjetiva e intersubjetiva. Esto no significa que no exista del todo y que no se pueda estudiar. Que sea intersubjetivo, como muchos otros procesos sociales con estructura ideacional —la confianza, el afecto, la identidad nacional o religiosa— significa que en esencia su sentido es comprendido. Quien investiga puede interpretar el sentido a través del análisis de discurso. Este ha sido una herramienta típica de quienes trabajan desde la teoría crítica y el postestructuralismo, pero ha ganado terreno en años recientes en la ciencia política (Schmidt, 2008). En política comparada, sin embargo, aunque muchos investigadores reconocen la naturaleza ideacional del populismo, procuran definiciones mínimas pero operacionales (Inglehart & Norris, 2019; Mudde, 2004). Son contribuciones más limitadas. No obstante, aportan lo suficiente para 14 identificar el fenómeno y hacer comparaciones entre países. Otros son más ambiciosos. Es el caso del proyecto Team Populism (Hawkins & Rovira Kaltwasser, 2019), que agregan otras dimensiones ideacionales que tienen efectos cognitivos en el receptor (como el encuadre). Son más difíciles de cuantificar, pero como están latentes en el discurso compartido socialmente, no es imposible hacerlo. Eso sí, requiere mucha inversión de tiempo, recurso humano y las conclusiones son probabilísticas. Los avances en lo que se conoce como ciencia de datos, especialmente, el machine learning podrían facilitar el proceso. Empero, el método, por lo menos en cuanto a investigación sobre populismo se refiere, todavía no alcanza niveles comparables a la interpretación humana del discurso (Hawkins & Castanho Silva, 2016). La investigación sobre qué causa el populismo de derecha en años recientes, en realidad, ha estado marcada por la disciplina de los investigadores. Los economistas han enfatizado factores económicos (Eichengreen, 2018; Guiso et al., 2019). Los politólogos, la cultura política (Inglehart & Norris, 2019). Ambos grupos están de acuerdo en que tanto la economía como la cultura política importan. Sin embargo, no se ponen de acuerdo sobre qué importa más y la secuencia en que unas variables influyen sobre otras. Sin embargo, la investigación existente nos ayuda a armar el rompecabezas. Sabemos a partir de estos trabajos que el pueblo se constituye en la actualidad por personas que han sufrido por la globalización económica. También, que las recesiones podrían producir desánimo y menos altruismo generalizado, lo que a la postre tal vez fortalece a los partidos de derecha. Por otra parte, los cambios culturales han producido un atrincheramiento de sectores que no comparten los valores postmateriales. Aparte de las recesiones, otros eventos, como las inmigraciones masivas, pueden detonar mayor sentimiento nacionalista y valores autoritarios. Este ensayo no indaga sobre otros temas que merecen consideración. ¿Cuáles son las consecuencias de los populismos de derecha? Una literatura rápidamente se cuestiona si las democracias liberales actuales están en peligro por el populismo autoritario y cuáles podrían ser varios desenlaces futuros (Levitsky & Ziblatt, 2018; Mounk, 2018; Runciman, 2018). También se podría indagar sobre los efectos en la economía global y, en general, para las relaciones internacionales. En todos estos casos, el populismo, especialmente en democracias consolidadas que, como Estados Unidos, y Reino Unido, tienen peso importante en las relaciones internacionales, la evidencia se está acumulando. Referencias @CasMudde. (2017). Can people PLEASE STOP quoting @PippaN15 misquotation of my definition of #populism - for god sake, read original! Recuperado de https://twitter.com/CasMudde/status/862298948974907392 Aslanidis, P. (2016). Is Populism an Ideology? A Refutation and a New Perspective. 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