Artículos . Revista de las artes, 2015, Volumen 74, Número 2, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 97 Osvaldo Guayasamín Del vientre de la huaca, al hueso: La permanencia Por: Mónica Perea Anda Escuela de Estudios Generales Cátedra de Comunicación y Lenguaje Universidad de Costa Rica monica.perea@ucr.ac.cr Recibido: 6 de abril del 2015. Aprobado: 1 de julio de 2015. Resumen El presente trabajo tiene como objetivo establecer la relación, huaca- vasija de barro-útero- (tierra-natu- raleza-vida-patria-ternura, lo femenino), hueso: (memoria-permanencia), que aparece como elemento recurrente a través de toda la obra del pintor ecuatoriano, Osvaldo Guayasamín, que nace de su relación vivencial, histórico-cultural y emocional con lo precolombino y de ahí hace surgir lo irreductible de la vida, en: Mientras viva, siempre te recuerdo. La edad de la ternura. Palabras clave: vasija, femenino, tierra, madre, patria, hueso-vida-memoria histórica. This paper aims to establish the relationship, Huaca-graybeard-uterus (earth-nature-life-homeland-ten- der, feminine), bone-(memory -continuity), which appears as a recurring element throughout the work of the Ecuadorian painter Osvaldo Guayasamín, born of his experiential culture-historical and emotio- nal relationship with pre-Columbian and hence raises the irreducibility of life, in: While I live, I always remember you. The age of tenderness. Keywords: graybeard, female, earth, mother, country, bone-life-historical memory. Artículos 98 . Revista de las artes, 2015, Volumen 75, Número 1, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 […] Yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro […] Canción: La vasija de barro. Creación colectiva, 1950. Para la pena o para la alegría, el indio siempre tiene un canto. José María Arguedas. Anécdota Una noche de noviembre de 1950 reunidos varios amigos de la plástica y de las letras ecuatorianas en casa de Guayasamín, el pintor les mostró un óleo recién terminado: El origen (fig. 1). Jorge Carrera Andrade, Hugo Alemán, Jaime Valencia y Jorgenrique Adoum, su amigo de alma y biógrafo con el que comparte el mismo lecho, debajo del árbol de la vida, en lo que es hoy la Casa Museo Guayasamín, escribieron una canción colectiva: La Vasija de barro, 1 La anécdota de que la madre le dio leche materna para pintar el cielo, cuando Guayasamín era niño, es cuestionada por algunos autores, porque consideran que es una construcción metafórica y que no forma parte de la realidad del pintor, sin embargo aparece en testimonio vivo en la voz de Guayasamín en el do- cumental DiFilm-Osvaldo Guayasamín en Ecuador. En https:www.facebook.com/difilm. 1973. Duración 12 min. 56 seg. Código del film: D-01534. Publicado 12 3 2013. Difilm-Argentina.com. Enfatizo el hecho porque en el 2014 cuando presenté esta ponencia en Buenos Aires, dentro del marco de las IV Jornadas de Historia, Género y Política en los 70, las especialistas remarcaron la similitud en la metáfora construida en torno al pintor Italiano Miguel Angel, pero hay una gran diferencia, del él no tenemos evidencia vital, y Gua- yasamín pintor de la América Continental del siglo XX, dejó testimonio gracias a la maravillosa tecnología. hoy un himno del repertorio popular (Adoum, 1998, p. 307). De la leche materna le surgió el cielo colori- do y tormentoso a la vez durante su primera década de vida,1 de ahí, la ternura, pero no la del gesto insignificante y trivial, sino la que deviene de la resistencia al dolor, la que sub- vierte la violencia en una caricia. El recuerdo del gesto materno al entregarle la leche al niño en estado de gestación crea- tiva, para que mezclara, diluyera, compusie- ra y creara, quizá sea el retrato más fuerte en la memoria de Guayasamín, que lo vinculó por siempre a lo femenino, a lo materno, por eso mientras vivió siempre lo recordó: Lo recuerdo hasta ahora […] cada vez que comienzo un cuadro. […] Pintar es como sacarse la piel frente a la superfi- cie blanca, la angustia que debió haber visto mi madre en mí cuando yo trata- ba de lograr el color naranja del cielo (Adoum, 1998, p. 54). Artículos . Revista de las artes, 2015, Volumen 74, Número 2, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 99 La conciencia cósmica,2 (Boff, 2002, p. 27) orgánica, vital y activa de Osvaldo Guayasa- mín desde la perspectiva del observador-ob- servado,3 parte de un pensamiento comple- jo4 al establecer un diálogo con su realidad concreta e individual de su presente y vincu- larla con la totalidad, pasado-futuro-presen- te, reflexión que construyó y tejió durante su recorrido en el proceso vital-creativo. (Mo- rín y otros, 2003, p. 24). Un pensamiento de “ecología profunda”, porque vio el mundo y su realidad como una red de fenómenos in- terconectados e interdependientes (Capra, 1998, p. 29), y de la vasija de barro como muerte-pasado-historia, la re-significa en vida-presencia-permanencia. Así la vasija de barro desde el pensamiento cartesiano, reduccionista y lineal que la mira como objeto y pieza de museo, Guayasamín Fuente: Fundación Guayasamín Figura 1 Osvaldo Guayasamín. El origen. Óleo sobre madera, 1951 2 Hablo en el sentido como lo plantea Leonardo Boff de que la tierra y la humanidad forman una única entidad y con este principio se desarrolla una dimensión espiritual que sabe que hay un velo que liga y re-liga todas las cosas, además de que una conciencia cósmica entiende que la materia no es inerte, así la conciencia no es una cualidad de la materia, sino fruto de una dinámica cosmogenética que atraviesa todo el universo, donde no existen seres desconectados y todo está unido y relacionado (Boff, 1996, p. 176). 3 Según el Doctor e investigador colombiano en medicina natural y neuronal, Julio César Payan de la Roche, siguiendo el principio de incertidumbre de Heissenberg, anota que un participante en diálogo es el que se asume como observador y observado a la vez, al introducirse en el juego y en el ritmo de la historia, de la existencia, es el ser que está y se siente parte de (Payan, 2000, p. 10). 4 Según Edgar Morín es aquel que ve el mundo fenoménico como un tejido de eventos, acciones, inte- racciones, determinaciones y azares. Es decir, aquel pensamiento que reconoce las incertidumbres, es integrador, valora las interacciones y la interconexiones, desarrolla una ciencia con conciencia, piensa con macro-conceptos sin dejar de ser lógico, es dinámico y rebasa la lógica y la linealidad. Es multidi- mensional y poético al tener sentido del contexto sin perder de vista lo global para darle significado a lo fragmentado, es el que relaciona y teje eventos. (Morín, 2003, p. 54) Artículos 100 . Revista de las artes, 2015, Volumen 75, Número 1, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 como participante en diálogo, se adentra en ella para mirarse a sí mismo y a su otro, y se sumerge con todos sus sentidos en sus ríos profundos como José María Arguedas,5 y en esta inmersión, hace surgir desde el interior y exterior de la huaca, el presente, la presencia, la permanencia de aquellas formas culturales autóctonas que prevalecen subyacentes, invi- sibles, amenazadoras y triunfantes,6 (Benden- zú, y Aybar, sf, XXI, XXII) y desde la vasija de barro, Guayasamín teoriza sobre la formas para extraer, lo irreductible. Guayasamín se posiciona dentro y fuera a la vez del objeto de greda, se siente parte del todo, de aquella presencia que contiene el interior oscuro del objeto y la recupera, la transforma y es ahí en la que se manifiesta la metamorfo- sis y la abstracción de su propuesta, en donde se deposita la ternura, en el útero mismo de la vasija, la tierra, la madre, la naturaleza. En su propuesta teje una serie de eventos del siglo que le tocó vivir, y de los “cinco siglos” anteriores, agrega Guayasamín , y la vasija de barro lo hizo reflexionar en la humanidad, la repensó, desde su territorio ecuatoriano y la proyectó hacia toda América Latina, para trascender a la historia de la humanidad. Ma- rio Monteforte Toledo anota: “[…] la crítica advirtió temprano que el arte de Guayasamín va de lo específico a lo general, y que perte- nece a un sistema propio, a una caligraf ía personal que se iba a hacer inconfundible” (Adoum, 1998, p. 123). Pero, para hablar de lo femenino en Guayasa- mín, primero hay que identificar el locus de la enunciación: lo precolombino, y el mestizaje americano, entonces transciende el territorio del Tahuantinsuyo entre el océano Pacífico, los Andes, El Amazonas, en el sur de nues- tra América continental, para convertirla en la permanencia de lo humano universal. Sin embargo, en esta lectura solo observaré lo que devela propiamente lo americano, por- que su voz plural remite a Machu Pichu, Me- soamérica (Maya-Quiché, Tenochtitlán, San 5 Establezco la relación entre Guayasamín y el peruano José María Arguedas, autor de Los río profundos, porque además de ser contemporáneos, ambos se salen de la corriente indigenista de la época de tono de protesta, para enfocar con seriedad antropológica la situación humana, psicológica y cultural del in- dígena, indagan su mundo mágico y mitológico, recuperan la ternura y las vivencias deslumbrantes de comunidades que, a pesar de la opresión y el martirio, jamás han perdido su dignidad ni sus esencias, y los convierten al fin en héroes sin idealizaciones de la antigua y tanto tiempo traicionada aventura his- tórica del continente, como bien define esta postura del peruano, ante lo indígena, Juan Manuel Marcos en su escrito La ternura pensativa de José María Arguedas. (Marcos, 1984, p. 449). 6 Introducción de Edmundo Bendenzú Aybar en: Literatura Quechua, Biblioteca Ayacucho. Biblioteca Virtual, Monte Avila. Venezuela. Artículos . Revista de las artes, 2015, Volumen 74, Número 2, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 101 Agustín, Nazca, Tiahuanaco, Sacsahuamán), entre otros territorios en los que están ente- rradas las vasijas de barro, como la metáfora de la destrucción, la muerte, el olvido. Guayasamín habla de un yo-nosotros, anota José Enrique Adoum , pero no explica el por qué, sin embargo, pareciera coherente la for- ma de pensarse en plural del pintor ecuatoria- no, si lo relacionamos con la filosof ía andina y el runasimi, que es y fue la lengua general andina, el arte verbal colectivo, “escritura” pre-literal, invisibilizada por el etnocentris- mo occidental y que se usó en forma colecti- va por transmisión oral en la cultura Inca en lengua quechua y aimará, y que su contenido se ha ido recuperando con el paso del tiem- po, aunque falta mucho todavía por explorar. El runasimi se manifiesta como pensamiento colectivo, ahí la individualidad trasciende a lo colectivo, a lo plural. Entonces, ese yo-noso- tros de Guayasamín hace alusión no sólo a lo indígena, sino a lo negro, a lo mestizo. La vasija de barro, la mujer útero, la madre-hi- ja-hijo, que se manifiesta en las pinturas de Guayasamín, representa el arquetipo7 de lo primigenio que está en la memoria incons- ciente del pintor, que deviene de su propio ser y que en su propuesta adquiere la simbología de la dimensión de la totalidad, de la génesis, de la memoria a través de su mirada objetiva en relación con su yo, con su identidad. Guayasamín se aleja de la anécdota para con- centrarse en las consecuencias de los hechos históricos y re-liga, su experiencia individual y su reflexión interior de dolor, muerte, ca- rencia, ausencia y soledad, con el pasado his- tórico, con la idea de volver a unir lo que el paradigma de la modernidad separó, presen- tó como binario, escindió, para unir lo finito con lo trascendente, lo intuitivo y sensorial, lo femenino con lo masculino, la vida, la muer- te. Así, se aleja del concepto racional, analí- tico que es la forma para conocer el mundo material en la modernidad y a través de su espiritualidad humanista con conciencia cós- mica (Boff, 1996, p. 179) le hace una reveren- cia a sus antepasados, se detiene en la antíte- sis8 (Jung, 1918, p. 75) sobre la vida-muerte 7 Según Jung los arquetipos son formas o imágenes de naturaleza colectiva que se dan en toda la tierra como elementos constitutivos de los mitos, y al mismo tiempo como productos autóctonos e individua- les de origen inconsciente (Jung, 1970, p. 10). 8 Según Jung (1918, p. 75), todo lo humano es condición de antítesis interna; en efecto, todo subsiste como fenómeno de la energía que depende necesariamente de una antítesis existente, sin la cual no podría existir. Siempre debe haber altura y profundidad, calor y frío etc. para que pueda tener lugar este proceso de compensación que llamamos energía. Toda la vida es energía, y depende, por consiguiente de las fuerzas situadas en posición antagónica. Artículos 102 . Revista de las artes, 2015, Volumen 75, Número 1, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 cuando mira la vasija de barro y a través de la imaginación simbólica, rescata lo telúrico y lo mítico precolombino de la relación natura- leza–humanidad, y ahí encuentra la ternura. Osvaldo Guayasamín se alejó de lo lineal del discurso oficial, del canon, no solo en su lec- tura que hace de la historia, y del presente que le tocó vivir, sino en la técnica para crear con una actitud de resistencia9 y exploró nuevas formas, e inventó distintas salidas en la figura poética, entonces la ternura surge como ele- mento fundamental de su propuesta, y dice: “Mi pintura es de dos mundos. De piel para adentro es un grito contra el racismo y la po- breza; de piel para fuera es la síntesis del tiem- po que me ha tocado vivir” (Buitrón, 2008, p. 22). En esta frase, Osvaldo Guayasamín mira el siglo XX observando el XXI también. La edad de la ternura Seleccioné La edad de la ternura, porque esta serie forma parte de un continuum, de una sinfonía como ya lo han anotado otros autores (Moreano, 2000, p. 3). En esta edad, Guayasamín remite a todas las anteriores, Guacayñan, palabra quechua que significa, la edad del llanto, compuesta por 103 cua- dros inspirados en el recorrido que hizo por América continental durante dos años, La edad de la ira de 260 piezas que aluden a los horrores de las guerras del siglo XX en la dé- cada de los setentas, y La edad de la ternura, Mientras viva siempre te recuerdo, se realiza en la década de los ochentas y se compone de más de 60 cuadros en torno a varias se- ries: Madre e hijo, el abrazo, el beso pero lleva implícitas las anteriores, fundamental- mente la serie de la década de los setentas. La edad de la ternura representa un proceso de reflexión, una totalidad, es una muestra que la crea en forma simultánea a las ante- riores. En su intimidad a cada momento mi- raba el cielo y se distanciaba del dolor, para poder observar con claridad, la realidad vital en busca de la esperanza, de la respuesta, de la nueva pregunta, para no morir, una forma de recordar, mientras viva siempre te recuer- do, dolor-felicidad y vida, porque las huellas, la herida de estas dos edades, la del llanto y de la ira de Guayasamín, la tenemos presen- te, la lloramos, la sentimos, la vivimos aún, y dice el pintor: Pintar es una forma de oración al mismo tiempo que de grito. Es casi una actitud fisiológica y por la alta conse- cuencia del amor y la soledad. Por eso 9 Resistirse en el sentido de ser conscientes de que ciertas prácticas sociales dominantes nos encierran en moldes, nos definen de acuerdo a demandas intrínsecas, nos disuaden de ir más allá de nosotros mismos y de actuar guiados por la posibilidad (Green Maxine, 2005). Artículos . Revista de las artes, 2015, Volumen 74, Número 2, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 103 quiero que todo sea nítido, claro, que el mensaje sea sencillo y directo. No quie- ro dejar nada al azar, que cada figura, cada símbolo, sean esenciales; porque la obra de arte es la búsqueda incesante de ser como los demás y no parecerse a nadie (Martínez, 1998, p. 3). Las imágenes de La edad de la ternura, nos permiten cavilar sobre la vida, en el pasado, en el futuro, y también en el presente, es una alusión a repensarnos. Guayasamín moldea con pincel suave y tensión dolorosa lo que es la vida-historia-memoria, desde la imagen de la vasija como lo femenino-ternura, aquí ex- trae desde su inconsciente aquella experiencia de naturaleza femenina grabada en su psiquis y en su memoria como lo plantea Carl Jung (1986, p. 409) que la denominó como el áni- ma,10 aquella experiencia de la vivencia per- sonal de la imagen femenina tanto individual como colectiva, que aparece en el inconsciente del ser humano, y Guayasamín la experimenta para extraerle el alma a la vasija, el humus an- tiguo de la memoria y representarla en su obra a partir de una figura denunciante, dolorida, provocadora y anota el pintor: “A mí me toca pintar para indignar, para que la gente vea las monstruosidades que se comenten contra los seres humanos y se decida a actuar” (Adoum, 1998, p. 107). Con esta técnica se aleja del indi- genismo como tal, y del folclor, para romper el silencio, y hace gritar a la vasija de barro, una metáfora que evidencia el horror, la tragedia de la humanidad, una manera de preservar la memoria de las realidades vividas en América Latina, el genocidio, las violaciones, pero au- nando a este grito, brota de la vasija, la ternura, a través de la imagen de la mujer y de los ni- ños y niñas, usa la paleta del color para en- fatizar la idea, le pone al gesto, expresión, y usa los ojos, la mirada, las manos, los huesos, la lágrima, como recurso literario-pictórico y estético de su propuesta para evidenciar la actitud de respuesta de aquel observador-ob- servado que invita al resto de los observado- res a mirar la obra y al reconocerse en ella, y a sentir el rechazo visceral a la violencia y a decir ¡No!, como lo plantea Luis Carlos Res- trepo11 y reconocer el gesto dispuesto a la ca- ricia, y de esta forma Guayasamín, en lugar de hablar de muerte expone la vida. 10Todo hombre lleva la imagen de la mujer desde siempre en sí, no la imagen de esta mujer determinada […]. Esta imagen es, en el fondo, un patrimonio inconsciente […] grabada en el sistema vivo, constituye un arquetipo de todas las experiencias de la serie de antepasados de naturaleza femenina, un sedimento de todas las impresiones de mujeres, un sistema de adaptación psíquica heredado […] lo mismo vale para la mujer; ella también tiene una imagen innata del hombre (Jung, 1986, p. 409). 11 “Ser tierno es afirmarse como un insurgente civil que ante la violencia cotidiana dice tajantemente […] ¡No!” (Restrepo, 1997, p. 1). Artículos 104 . Revista de las artes, 2015, Volumen 75, Número 1, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 Su propuesta estética Vasija de barro, es la imagen de lo que hace- mos con la tierra, lo que elaboramos, mol- deamos con las manos. Así lo hizo. Por eso el poeta pintor con la sencillez de su pluma usa un lenguaje legible para la humanidad, en la imagen de una madre y una niña o un niño en abrazo, remite, al útero, la esencia, la conexión, lo primigenio, y así hace posible la presencia, la ausencia también. ¡Con el ánima simbólica de La edad de la ternura, rinde homenaje a lo femenino bajo el simbolismo de la madre como generado- ra de vida, como la productora de la con- ciencia, de la cultura y de su transmisión, de los sentimientos, y como madre, también remite a la madre-tierra, a la creación más allá de lo humano. Madre-creación, madre tierra, madre mujer, madre humana, ma- dre-patria, madre de seres vivos con dolo- res, llantos, lágrimas y alegrías también. La figura femenina representa en Guayasamín la que conoce de los problemas, la que lucha incesantemente por la justicia y la igualdad de América Latina. Según el sociólogo Pablo Cuvi (2012, p. 9), cuando Guayasamín repite que es indio y que viene pintando hace cinco mil años, no está planteando un juego retórico. Es por el contrario, una toma de posición vital frente al mundo blanco-mestizo en medio de los Andes. Y, es también una guía para descifrar su turbulenta y contradictoria personalidad. Osvaldo Guayasamín plasma en su pintura la permanencia anacrónica del ser humano, no fija el tiempo histórico, fija la imagen re- currente relacionada con el sentimiento de soledad y dolor y la extrae, la fija también, a través de su propuesta estética personal (la vasija de barro-ánima) de ahí extrae el hue- so, la calavera como el signo inherente de lo humano. Y dice Guayasamín: Es preciso conocer a fondo la anatomía, la osteología. […] Tocar las cosas, en este caso tocar los huesos, le permite a uno ir adquiriendo un conocimiento f ísico que después se va convirtiendo en una memoria táctil, como la de un ciego (Adoum, 1998, p. 60). Y agrega: […] Hay sentimientos que no pueden expresarse, sino a través de huesos y lágri- mas. Huesos y lágrimas: es decir, los polos opuestos: el hueso permanente, duro, como el cráneo en los retratos, y la lágri- ma que es tan sutil, tan acuarelada, casi sin textura […] (Adoum, 1998, p. 136). Guayasamín muestra el dolor en estado puro, figurativo, expresionismo y humanis- mo a la vez, lo sintetiza y los reduce a la figu- ra humana, motivo central de su pintura, en Artículos . Revista de las artes, 2015, Volumen 74, Número 2, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 105 el gesto de los rostros, las manos y el fondo del contorno. Guayasamín afirma que apro- vechó su experiencia pictórica para encon- trar una nueva forma: del impresionismo, en el que el color estaba relacionado con la luz natural y el aire para producir luminosidad y viveza cromática, sin sombras ni degra- daciones de color, Guayasamín halló el co- lor en el interior espacial y emocional en la energía del gesto y la imagen, y la luz, en la proyección indicada para sugerir esperanza y ternura, en las tonalidades azules, en los ocres-tierra, en la formas planas, en la au- sencia de perspectiva, ya que Guayasamín retoma la ausencia de perspectiva del arte precolombino que es su herencia, entonces usa el color para dar profundidad y sustituir esa ausencia (Adoum, 1998, pp. 114-115). “[…] su paleta tiene los colores de la arcilla, de la piedra, del maíz, y sus pinceles adquie- ren ese vigor que no abandonará jamás [...]” (Adoum, 1998, p. 123), aquí el color se difu- mina y no hay claroscuros. Del expresionismo, en el que lo subjetivo re- presenta lo objetivo de las angustias vitales humanas con una gran carga dramática pesi- mista, crítica y denunciante, en Guayasamín le surge de su estética primigenia, desde su ser indio. Julio E. Pairó anota: Los recursos del expresionismo no pertenecen a pueblo o raza determi- nados, son universales […] y en el caso particular del ecuatoriano, el expre- sionismo está abonado […] por una tradición más augusta y antigua-la precolombina, que cualquiera de las formas que se derivasen de la escuela hispanizante del Cuzco […] (Adoum, 1998, p. 112). Y lo reafirma Guayasamín cuando se refirie- re a los muros de Sechin en Perú: […] En esos muros, grabados de piedra, está el expresionismo más antiguo y más vital de la creación plástica que me ha servido de camino hasta ahora […] un expresionismo casi abstracto que corresponde a la mentalidad precolom- bina, nacido de la entraña más profunda del hombre. Se trata de un expresionis- mo americano (Adoum, 1998, p. 112). Y con su novedosa propuesta en la forma de pintar, se devela en sus figuras lo ana- crónico, la intertextualidad, el diálogo con todos los territorios americanos y la abs- tracción del dolor silenciado, por lo tanto reduce en forma voluntaria lo dramático, elimina la anécdota, el paisaje, los objetos, el movimiento, así representa la realidad y la historia sin explicarla, solo muestra el signo de la permanencia, la huella, en la figura humana como la representación de la totalidad, en la imagen de la niñez, en la mirada, porque afirmó el pintor: “El indio Artículos 106 . Revista de las artes, 2015, Volumen 75, Número 1, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 no es un poncho, un sombrero mexicano, unas ojotas […] lo puse desnudo para mos- trar que es ante todo, un ser humano, y no un hombre típico de un sitio exótico […]” ( Adoum, 1998, p. 139). De esta manera, el pintor piensa en el observador dentro de la perspectiva dialógica, cuando expresa sus emociones, su sensibilidad y angustia per- sonal, mi angustia es la tuya también, en la mezcla de colores, en los tonos, en la ima- gen misma primigenia del ser indio, en la que el “otro” se identifica. Del cubismo europeo que profundiza en el interior de los cuerpos para representar el espacio, Guayasamín lo expresa y lo acen- túa como un elemento recurrente de su propuesta estética, en el gesto de los ros- tros, del hueso, la calavera, los ojos, la boca, las manos, que remiten a los monolitos de la isla de Pascua y de la cerámica precolom- bina, y los sella en el fondo del cuadro en el que simplifica el cuerpo, lo geometriza, para exponer, la injusticia de la crueldad de la violencia y la estupidez humana, en tonos sobrios y equilibrados, como lo reafirma Ju- lio E. Pairó: “El equilibro entre la estética de las formas y el dinamismo vital que las animan” ( Adoum, 1998, p. 131). El conocimiento del rostro, las manos, los ojos, los labios del ser humano, lo ad- quiere en su práctica del retrato y de esa experiencia aprendió a conocer y a extraer del modelo (el indio, el negro, el mestizo) su alma, y dice el pintor: Yo he pintado rostros como de piedra, con ojos como de piedra para esas lágri- mas de piedra […] he hecho una serie de cuadros de huesos y lágrimas: hay ese contraste entre la permanencia del hueso y la fugacidad de la lágrima que se evapora, se seca, pero que solidificada, dura tanto como el hueso. He suprimido prácticamente todo lo que no sea el hue- so y la lágrima (Adoum, 1998, p. 175). Quizá aquí como dice Mario Monteforte Toledo ( Adoum, 1998, p. 157), Guayasamín recupera el tema de la identidad, que en la escultura precolombina se centraba en el rostro, porque la conciencia del cuerpo fue posterior, y se asocia con el “yo” y su propó- sito, la permanencia, la presencia, entonces los labios son abismos, ranuras, heridas, los ojos, silencios, la interioridad que refleja el horror que está mirando. Guayasamín consigue la abstracción, en lo irreductible, sintetiza el sentimiento huma- no y transgrede la forma tradicional, trabaja el contenido emocional que remite al objeto, pero no es el objeto, transciende y fluye, por- que es parte de su necesidad interior. Y dice: […] conseguir la abstracción es la más alta libertad plástica en sí misma, la forma por Artículos . Revista de las artes, 2015, Volumen 74, Número 2, págs. 97-108 ISSN 1409-2522 107 la forma, el color por el color […] trato de unificar todo esto en una forma de clasi- cismo contemporáneo, con el propósito de entregar y poseer una pintura en que el ser humano, no la naturaleza muerta o el paisaje, sea el centro y preocupación de mi arte (Cuvi, 2002, p. 80). En La edad de la ternura, Guayasamín con- serva su trazo inicial y primigenio, más en la forma que en el contenido. Como La edad de ternura se presenta como la antítesis de la edad del llanto y de la ira, aquí el pintor juega con otros elementos para imprimir el conte- nido. Por ejemplo, aparece el abrazo, más que la violencia, el calor, más que la frialdad, en los ojos más que el dolor, la tranquilidad, la paz, el sueño, la lágrima desaparece para dar- le paso a la caricia, al tacto, aquí los cuerpos se tocan, se abrazan, se besan, se retiene, se contienen, se expanden, se abren. 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