Revista Humanidades, Vol. 3, pp. 1-10 / ISSN: 2215-3934 Universidad de Costa Rica, 2013 Recibido: 27-VI-2013 / Aceptado: 03-IX-2013 LA MIRADA EN “LOS OJOS DE LA REINA” DE LEOPOLDO LUGONES: UNA LECTURA EN FRAGMENTOS Shirley Longan Phillips: Máster, docente interina en la Sección de Comunicación y Lenguaje de la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica (slongan@gmail.com). Resumen “Los ojos de la reina” de Leopoldo Lugones trata de esclarecer la muerte de Mr. Nealle Skinner y toda la evidencia apunta a Sha-it-Athor, la Señora de la Mirada, una hermosa mujer egipcia, reencarnación de la reina Hatshepsut. Este artículo presenta una lectura de este cuento según los postulados de Jacques Lacan en el texto “La esquizia del ojo y la mirada”. La lectura en fragmentos rodea los temas de la mirada, el destino, el doble, entre otros. Palabras clave: Leopoldo Lugones, “Los ojos de la reina”, la mirada, Jacques Lacan Abstract “Los ojos de la reina” by Leopoldo Lugones deals with the strange death of Mr. Neale Skinner; all evidence leads toward Sha-it-Athor, The Lady of the Gaze, a beautiful Egyptian who is the reincarnation of Queen Hatshepsut. This paper reads this short story following Jacques Lacan’s ideas in “The Split Between the Eye and the Gaze”. The article, written in fragments, revolves around the gaze, the fate, the double, among others. Keywords: Leopoldo Lugones, “Los ojos de la reina”, the gaze, Jacques Lacan “Los ojos de la reina” es un cuento escrito por el argentino Leopoldo Lugones. Este, basado en su conocimiento de las ciencias ocultas y el espiritismo, escribió Las fuerzas extrañas (1906) y Cuentos fatales (1924) donde se reúnen una serie de ficciones correspondientes a la literatura fantástica. En general son relatos breves, fantásticos en algunos casos, en los cuales se aprecia una inspiración con impreciso arrebato oriental, mitos clásicos y hechos pseudocientíficos. Los temas del amor y la muerte se despliegan sin prejuicio, la muerte aparece 2 Shirley Longan Phillips casi constantemente, algunas veces en forma de suicidio y el amor se une a la idea de una felicidad. Lugones nació en Argentina en 1874, y murió en 1938 en la habitación de un hotel en el Tigre una localidad cercana a Buenos Aires. Las fuerzas extrañas (1906) y Cuentos fatales (1926) se consideran dentro de la literatura fantástica; Lugones, como cuentista, se liga con Horacio Quiroga y anuncia a Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. “Los ojos de la reina” es la continuación del “Vaso de alabastro”; sin embargo, cada cuento narra una historia distinta. Elaborado en una serie de fragmentos, el narrador en primera persona cuenta el misterioso suicidio de Mr. Neale (protagonista de la historia anterior) por “esa” mujer: Sha-it-Athor, Señora de la Mirada, reencarnación de la reina Hatsú (Hatshepsut). El siguiente artículo, escrito en fragmentos, presenta una lectura de este cuento según el tema de la mirada, explorado por Jacques Lacan. PRIMEROS FRAGMENTOS “Los ojos de la reina” de Leopoldo Lugones está narrado en diez fragmentos descritos a continuación. El fragmento I empieza cuando el narrador se entera de la muerte de Mr. Neale Skinner y se alista para ir a la ceremonia con el firme propósito de contactar a Mr. Guthrie, un amigo en común, para que le diese más detalles del suceso. El narrador piensa que la causa de la muerte es que “Mr. Neale se ha suicidado por ‘esa’ mujer” (Lugones, 1995: 20) quien según “Mr. Guthrie... contaba dos suicidas entre sus adoradores” (Lugones, 1995: 21). El narrador nunca ha percibido las facciones de esta mujer, aunque era reconocida la fama de su belleza. En el siguiente fragmento, el narrador se encuentra a Mr. Guthrie, uno de los seis concurrentes en el cortejo fúnebre, y comparten el coche con un desconocido. Mr. Guthrie le cuenta que Mr. Neale había ido aislándose hasta cortar todas las relaciones, y que cuatro días antes Mr. Neale le había enviado una sospechosa carta donde, entre otras cosas, le pedía que “se evitara molestias a su amiga, en caso de sobrevenir algún episodio desagradable” (Lugones, 1995: 23). El narrador insiste en que se debe indicar al juez la posible influencia de la mujer. El tercer fragmento se ubica temporalmente después de la ceremonia, cuando Mr. Guthrie, quien necesita partir rápidamente, le solicita que no hable con el juez. El narrador, que decide devolverse caminando, se lo promete sin estar muy convencido. El otro pasajero del coche lo acompaña de vuelta y le solicita también que no hable con el juez ya que él es el tutor de “esa” mujer, quien es viuda y huérfana, y ella es inocente: “Nadie puede contrariar su destino. Tiene usted en sus manos, sin saberlo, el de la más extraordinaria mujer, y ojalá no le sea fatal un día la revelación con que va a violentarlo” (Lugones, 1995: 26). El acompañante lo invita a su casa para contarle el secreto de Sha-it-Athor, la Señora de la Mirada. Seguidamente, Mansur bey, el nombre del acompañante, le revela que Sha-it-Athor (el nombre de la mujer en cuestión) es de sangre real, por lo que “debía compararse su horóscopo La mirada en “Los ojos de la reina” de Leopoldo Lugones 3 con la de las antiguas reinas, hasta Cleopatra, mediante el archivo astrológico que la logia menfita custodia hasta hoy en criptas inexpugnables” (Lugones, 1995: 28). Esta lectura reveló un “destino maravilloso”, ya que el horóscopo de Sha-it-Athor concordaba con la de la reina Hatshepsut, quien había muerto hacía unos tres mil quinientos años. El narrador se muestra profundamente incrédulo ante la historia. En el quinto fragmento, Mansur bey continúa la narración. Hatshepsut, cuyo nombre debe pronunciarse Hatsú, fue la faraona que libertó a Egipto del dominio extranjero. “El horóscopo, que es también nominal, impuso a la recién nacida el nombre de Sha-it-Athor, realmente formidable, si se considera que está compuesto con el de la diosa del destino: Sha-it, y con el de la Afrodita egipcia Athor, deidad del agua, como la griega, y patrona de la belleza por los ojos: o como dice en lengua ritual: Señora de la Mirada” (Lugones, 1995: 30). Pero la historia se complica, Sha-it-Athor es nativa de Esné (donde había residido Mr.Neale). “Esné era uno de los grandes centros mágicos del Egipto faraónico: una de las ciudades de Athor... los griegos le cambiaron el nombre a Latópolis, poniéndola así bajo la advocación de Latona, la madre de Apolo, una de las diosas de belleza, que al ser personificación de la noche (la noche es, naturalmente también, madre del sol) tenía las estrellas por ojos: resultando, pues, una Señora de la Mirada. Latona fue perseguida por la serpiente Pitón, a la cual mató Apolo con sus flechas. Y la diosa egipcia Sha-it hállase vinculada por su nombre con Shaí, la misteriosa serpiente barbada del Nilo... La serpiente del Génesis tenía los ojos de diamante, y tentó a Eva para el primer amor; y uno de los cuatro ríos del Edén era el Nilo... La fatalidad de la serpiente, o sea el poder de perdición por los ojos, debía pesar, pues, sobre Sha-it, y así es para su desgracia (Lugones, 1995: 31). Sha-it-Athor queda viuda a los 14 años por el suicidio de su esposo a quien consintió mirarlo en el instante de un beso. Esto iniciará una serie de consecuencias. En la sexta parte, prosigue con la historia, cuando cuatro años después (porque Sha-it- Athor tenía 18) se suicidaron dos jóvenes exploradores del hipogeo de Hatsú, quienes habían cortejado a Sha-it. Estos jóvenes ingleses entraron, por ser directores de la exploración y: “al lado mismo de la puerta que obstruía con ligero tropiezo, había un precioso taburete incrustado de marfil, sobre el cual – delicada y al mismo tiempo ingenua coquetería en frívola lucha con la eternidad – habían dejado un espejo. Probablemente el más íntimo del regio tocador, a juzgar por su elegancia sencillísima: un óvalo de plata pulida, montado en un mango de ébano que un loto de oro aseguraba... aquel objeto sin más destino aparente que una ofrenda sentimental y baladí, era, no obstante, el vengador encargado de la ejecución misteriosa” (Lugones, 1995: 33). 4 Shirley Longan Phillips Según el relato, “los antiguos atribuían a los objetos íntimos un alma elemental, o “doble” que les transmitían el contacto humano [entre ellos los espejos cobraban] una especial importancia, por su vinculación con el don de la mirada” (Lugones, 1995: 33). De ahí la importancia de los ojos en la simbología egipcia. “Athor era también, diosa de la muerte bajo el nombre de Nub, la guardiana de la momia bajo cuyos rasgos renacerá el difunto... amor y muerte son, pues, las potencias de Athor... Los ojos de esas máscaras, como los de ciertas estatuas que los han conservado, son de una vida intensa hasta el miedo. Pues los antiguos lograron lo que no se ha conseguido después: fijar en los ojos artificiales el poder de la mirada” (Lugones, 1995: 34). El siguiente fragmento dice que el espejo, puesto de faz sobre el taburete de la entrada, conservaba, gracias a esa disposición, el pulimento de su Luna. Y como en todos los casos, habíase contado para la ejecución del castigo, con el movimiento natural, que tratándose de un espejo conduce a mirarse en él. Pero, con indescriptible asombro los exploradores, no fueron sus rostros los que aparecieron en el pulido metal. No sus rostros, por ventura, sino el de una maravillosa mujer, cuya mirada, viva hasta el deslumbramiento, entró en sus almas, quitándoles toda potestad de palabra y de reflexión, hasta poseerlas en un vértigo que inspiraba la delicia insaciable, y con ello necesariamente mortal. La reina había eternizado para el castigo su propia mirada fatal – la mirada de belleza y de muerte -. Y a la luz de las linternas exploradoras, que reforzaba con un reflejo casi solar el intenso dorado de la cámara fúnebre, su rostro vivía con la vida del “doble” o alma rudimentaria del espejo despierto al contacto humano. Vivía como sonreído y flotante en una atracción abismal, próximo y remoto, a la vez, dentro del óvalo encantado, infundiendo ese desfallecimiento del corazón que no es sino la aceptación irrevocable destino, ante el verdadero amor o la hermosura suprema... (Lugones, 1995: 36) Y la mirada los poseyó: “Una angustia los sobrecogió: el rostro, que no retrato, empezaba levemente a borrarse. Mejor dicho se alejaba, sin dejar de imponerles, profundo hasta desesperación, el prodigio de sus ojos. El espejo se dormía. [Entonces] arrancándose al hechizo, ambos tuvieron la misma idea: conservar fotográficamente lo que pudieran obtener al sol” (Lugones, 1995: 37). Dos días después “al practicarse la indagación judicial del misterioso doble suicidio que consternó a la ciudad, hallóse en la cartera de cada uno la semivelada pero perceptible prueba fotográfica del retrato de Sha-it” (Lugones, 1995: 37). El espejo, que llegó a poder de Mansur bey, tenía ciertos signos: “en el mango el nombre del espejo fatal: triple jeroglífico, que para vuestros arqueólogos significaría puramente ‘ahh-or- La mirada en “Los ojos de la reina” de Leopoldo Lugones 5 za’: el dormido, lo cual era ya inquietante (Lugones, 1995: 38). Después de este incidente, ambos, abandonaron Egipto. “Tales ojos, señor, son una fatalidad de raza. Son los ojos idumeos que atrajeron sobre Cleopatra el amor y la desventura” (Lugones, 1995: 38). Mientras Mansur bey hablaba de la existencia de una rama judía procedente de la Idumea, entró, para el deslumbramiento del narrador, Sha-it-Athor, la Señora de la Mirada. El noveno fragmento hace una descripción de Sha-it-Athor, cuya “presencia bastaba... para imponer... el dominio de la reina” (Lugones, 1995: 40), describe al atuendo, las joyas, su perfume, su cuerpo, su cara, sus cabellos y sus ojos “azules, hondísimos, inmensos, que un poeta árabe habría cantado, al morir por ellos de amor, ‘implacables como el destino y largos como el tormento’...” (Lugones, 1995: 43) pero “lo que más atraía, en ellos, dimanaba de su potestad indudable sobre la muerte” (Lugones, 1995: 42). Traía ella entre sus manos la citación del Juzgado para declarar sobre el suicidio. Mansur bey habla con ella y la calma. “Entonces al mirar de nuevo sus ojos, advertí que tenía el poder de apagarlos como las serpientes” (Lugones, 1995: 43). El egipcio tranquiliza al narrador también “Tampoco arriesgue conjeturas. No se halla usted inscipto [sic] en su destino. El otro lo estaba, y la fatalidad empezó a gravitar sobre él desde su visita al sepulcro de la reina” (Lugones, 1995: 43). Luego, le explica la función de los perfumes, incluyendo el aroma de belleza inventado por la antigua reina que cuando lo exhaló “su piel brilló como el oro y su rostro resplandeció como las estrellas” (Lugones, 1995: 44), en ese momento entró un rayo de luz que iluminó a Sha-it, y “su cuerpo resplandeció como el oro” (Lugones, 1995: 44). En el último fragmento, el narrador deja la historia de Sha-it ahí pero añade que: “soy propietario del espejo, y no hay para qué decir que continúa siempre “dormido”. Con todo, mirándolo bajo cierta incidencia, paréceme que al cabo de dos o tres minutos pasa por el metal una especie de mirada que produce cierto mareo. Y como no sé lo que es, si es algo, en suma, ni me agrada la inquietud, ni profeso la arqueología, he resuelto donarlo mañana mismo al Museo Etnográfico de la Facultad de Letras, donde podrá verlo el curioso lector” (Lugones, 1995: 45), con lo cual nos incluye en el relato. MÁS FRAGMENTOS Este cuento conjura muchas posibilidades de lectura, pero me concentraré en lo que surge en forma de fragmentos: 1. La mirada. En “La esquizia del ojo y la mirada” Jacques Lacan declara que “el ojo y la mirada, ésa es para nosotros la esquizia en la cual se manifiesta la pulsión a nivel del campo escópico. […] En nuestra relación con las cosas, tal como la constituye la vía de la visión y la ordena en las figuras de la representación, algo se desliza, pasa, se trasmite, de peldaño en peldaño, para ser siempre en algún grado eludido – eso se llama la mirada” (Lacan, 1984: 81). 6 Shirley Longan Phillips Lacan enfatiza que la mirada no coincide con el ver, con la visión. La mirada es lo que da a ver, lo que llama a ver. Eso es lo que llama a los jóvenes ingleses a dirigirse al espejo, que actúa como señuelo: “el espejo, puesto de faz sobre el taburete de la entrada... habíase contado para la ejecución del castigo, con el movimiento natural, que tratándose de un espejo conduce a mirarse en él” (Lugones, 1995: 35). ¿Qué es lo que los ingleses esperan ver en el espejo? La mirada, ciertamente, pero una mirada contingente, eso es lo que los llama a ver. Por eso, se dirigen al espejo porque al verse “a uno mismo su rostro en el espejo es posible saber la manera en que los otros nos perciben: frente a frente, cruzando las miradas. Uno accede a sí mismo proyectándose al exterior, objetivándose, como si se tratara de otro” (Vernant, 1973:115). La mirada es un objeto perdido, es necesario que la mirada sea falta en lo simbólico (1) para que la vista se organice. ¿Y qué es lo que encuentran en el espejo? No son sus rastros lo que pueden ver, “sino el de una maravillosa mujer” (Lugones, 1995: 35). Ellos encuentran que “la reina había eternizado para el castigo su propia mirada fatal” (Lugones, 1995: 35). El ojo entra en desvarío, por lo que no puede organizarse ninguna imagen, están en presencia de lo real por eso no pueden hablar ni pensar organizadamente. Por otro lado, al estar en presencia de lo real, también están en presencia del horror (para Freud una de las formas del horror es frente al espejo que no aparezca mi imagen o que aparezca otra); sin embargo, es soportable porque están en presencia de la belleza (la mirada de belleza y muerte) y lo bello pone término al horror. Además, están con la mirada ciega, “y a la luz de las linternas exploradoras, que reforzaba con un reflejo casi solar el intenso dorado de la cámara fúnebre” (Lugones, 1995: 35), por lo tanto ellos no ven propiamente dicho, porque están encandilados. Ambos sujetos desaparecen porque aparece el objeto (mirada) y empiezan a actuar como un solo “ente” “y la impresión fue tan intensa que ambos se volvieron instintivamente a mirar” (Lugones, 1995: 36). Inmediatamente cuando el rostro empezaba a borrarse sobreviene la angustia porque viene una crisis de lo imaginario: ellos que han “encontrado” el objeto que tiene que faltar (la mirada) por eso en una actuación conjunta “arrancándose al hechizo, ambos tuvieron la misma idea: conservar fotográficamente lo que pudieran obtener al sol... con todo, el sol africano” (36). Por lo tanto, tampoco ven porque siguen encandilados. Estos ingleses se suicidan porque se han enfrentado a la mirada. Quienes investigan el doble suicidio no se enfrentan a esta mirada directamente, sino velada “hallóse en la cartera de cada uno la semivelada pero perceptible prueba fotográfica del retrato de Sha-it” (Lugones, 1995: 37). 2. “El ojo, la zona erógena más alejada del objeto sexual, desempeña un papel particularmente importante en las condiciones en que se realizará la conquista de ese objeto, al trasmitir la calidad especial de excitación que emana de la belleza” (Kaufmann, 1996: 324). Sha- it-Athor es la Señora de la Mirada, inicia la repetición cuando cede a la demanda de mirar a su La mirada en “Los ojos de la reina” de Leopoldo Lugones 7 esposo en el instante del beso supremo. No es cualquier momento, sino que es un momento donde zonas erógenas de dos cuerpos están juntas (las bocas) y los ojos están supremamente cerca. Allí se “produce aquella desgracia, iniciadora de una serie fatal” (Lugones, 1995: 31). En efecto, “la fusión, en ese rostro del amado en que uno se busca a sí mismo y se pierde como si se tratase de un espejo, de belleza y muerte” (Vernant, 1973:116). Se puede deducir que el esposo de Sha-it contempla un instante de la mirada por lo que se desarticula como sujeto y debe morir. El punto es que para Sha-it inicia la repetición (de la diferencia), que conllevará una serie de suicidios relacionados con hombres que la cortejaron. Para Mr. Neale la repetición empieza con su visita al hipogeo de la reina: “El otro lo estaba [inscrito en el destino de Sha-it], y la fatalidad empezó a gravitar sobre él desde su visita al sepulcro de la reina” (Lugones, 1995: 43). Fuera de que no estaba en su destino ¿por qué el narrador está a salvo de Sha-it? En principio no la conocía, nunca la había visto de frente: “la circunstancia de que siempre ocupara palcos altos, y a una distancia que la discreción me vedaba acortar, impidióme percibir claramente el rostro de la dama, bastante esquivo, además, tras los calados sombreros a la moda; pero conocía la fama de su hermosura” (Lugones, 1995: 21). Hasta el día que la ve en la casa de Mansur bey. El narrador se ve fascinado por sus ojos que “dimanaba de su potestad indudable sobre la muerte” (Lugones, 1995: 42) pero no los ve directamente “las pestañas de largura infantil, cargadas de tristeza, como si estuviesen goteando profundas lágrimas” (Lugones, 1995: 42), por lo tanto tiene una visión distorsionada “al mirar de nuevo sus ojos, advertí que tenía el poder de apagarlos como las serpientes” (Lugones, 1995: 43). A pesar de esto, sigue siendo una mujer inquietante, a tal punto que como narrador no termina de contar la historia y va a donarlos porque “mirándolo bajo cierta incidencia, paréceme que al cabo de dos o tres minutos pasa por el metal una especie de mirada que produce cierto mareo” (Lugones, 1995: 45). El espejo es “lo que es todo cuadro, una trampa de cazar miradas... basta buscar la mirada en cualquiera de sus puntos, para, precisamente, verla desaparecer” (Lacan, 1984: 96). Así que el narrador – o de pronto el lector interesado – se enfrentaría a lo siniestro. El espejo tiene una mirada que amenaza con hacerse presente. El ámbito de la visión se sostiene gracias a lo invisible, que está sustraído. Nos ve, pero no lo vemos. 3. El destino. El destino es lo que está escrito. Para Mansur bey, la historia de Sha-it está inscrita en el cielo. Su nombre, como todo nombre, está dado por el otro, en este caso el horóscopo ancestral, lo que la unía a la diosa Athor (Hathor) una compleja diosa del panteón egipcio, patrona de las mujeres, del amor y el placer, dama del cielo y dueña del mundo subterráneo. Su nombre significa “Casa de Horus”; es decir, el cielo. También es identificada con la Luna. El hecho de que Sha-it naciera en Esné la identificaba con Latona (Leto) quien erró por los continentes perseguida por la serpiente Pitón, para poder dar a luz, hasta que llegó a una porción de tierra que flotaba sobre el agua: Ontigia, que finalmente quedó fijada en el fondo del 8 Shirley Longan Phillips océano por columnas y de su suelo árido brotaron la vegetación y las flores y a partir de entonces, fue llamada Delos (La Brillante). Curiosamente la isla de Delos era una isla fantasma, en griego, fantasma es (faino) y tiene como primera acepción brillar y segunda, aparecer. Hatsú, al ponerse el aroma de la belleza, “su piel brilló como el oro y su rostro resplandeció como las estrellas” (Lugones, 1995:44). Así como Sha-it-Athor que bajo la “ilusoria impresión del rayo solar... su cuerpo resplandeció como el oro” (Lugones, 1995: 44). Sha-it, desde su nacimiento, sus ojos están ligados con una causa de fatalidad, igual que sus antecesoras. Su destino la predispone a identificarse con la imagen de sus antecesoras, y desprende la función formadora de su propia imagen. Dicho de otra manera, el destino de la Señora de la Mirada está dado desde antes, está dado desde el Otro, no en vano la palabra fatalidad y destino están ligadas. 4. El estadio del espejo como formador de la función yo. El Otro como espejo i(a) produce la función yo (m). Lacan plantea que el espejo puede asimilarse a la función del Otro y en el campo del Otro es que surge la función yo, por lo tanto no se nace con “yo”. El estadio del espejo anticipa una unidad de la cual se carece y será “en el lugar de ese Otro donde existen agujeros en el encadenamiento significante de los términos de la historia del sujeto” (Kaufmann, 1996: 516). En “Los ojos de la reina” la mirada está ligada al espejo. La mirada desarticula a los dos suicidas; luego aparece en el texto el inquietante espejo. En un juego de narrador-lector, el espejo queda a disposición en Museo Etnográfico de la Facultad de Letras (de alguna universidad del mundo, pues no se establece cuál). 5. El doble. “El sujeto se encuentra suspendido de su propia mirada como de una especie de doble marcado con el sello de la mirada del otro. Verse en la identificación con la mirada del otro puesta en uno resumiría el juego del estadio del espejo, cuyos efectos de buena o mala imagen determinarán la problemática narcisista” (Kaufmann, 1996: 167). En “Los ojos de la reina” hay dobles en juego, Sha-it sería el doble de Hatsú, por ser su reencarnación. En principio el texto menciona que son los ojos de la reina Hatsú los que hacen que los ingleses se suiciden, pero ellos lo que ven es la mirada, y la mirada no pertenece a nadie, es un devenir de lo real. En el espejo ya preexistía la mirada. Además de que los antiguos creían que los espejos eran el doble de la persona. Cabe mencionar aquí, el ka o doble de la mitología egipcia. Según Jean Chevalier y Alain Gheerbrant en el Dictionary of Symbols las estatuillas del ka eran ubicadas en la tumba y era a esas estatuillas a las que se les llevaba y ofrecía comida. Los sacerdotes funerarios eran llamados “los sirvientes del ka”. La mirada en “Los ojos de la reina” de Leopoldo Lugones 9 ÚLTIMOS FRAGMENTOS El argentino Leopoldo Lugones presenta en “Los ojos de la reina” un juego entre lo fantástico y lo policíaco. Un asesinato misterioso abre las puertas al lector para querer resolverlo, sin embargo, la Señora de la Mirada se convierte en un ser peligroso pues la muerte la acompaña. Este cuento, leído según los postulados de Jacques Lacan sobre el tema de la mirada, presenta algunas muchas posibles interpretaciones. En una primera instancia, la mirada es lo que llama a ver, de ahí la esquizia entre el ojo y la mirada, y el suicidio queda explicado puesto que los ingleses se enfrentaron a la mirada y por lo tanto desarticularon su yo. Los ojos de Sha-it, la Señora de la Mirada, juegan un papel fundamental, verlos de frente es el horror –de ahí la muerte de su primer marido, cuando lo miró durante un beso-. La Señora de la Mirada tiene un destino escrito en las estrellas y ligado a la fatalidad, pues es la encarnación de la reina Hatsú, de ahí que los juegos de dobles –el ka egipcio- esté ligado a la muerte. Por último, el espejo, no solo el estadio formador del yo, sino como artefacto, donde está la latencia de la mirada para cualquier lector interesado la invitación a enfrentarla. NOTAS 1. Pierre Kaufman en Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis: el aporte freudiano define los registros Real-Simbólico-Imaginario de la siguiente manera: “En este orden, R.S.I., las iniciales de lo real, lo simbólico y lo imaginario le aportaron a Lacan, desde el seminario de 1973, ‘los puntos de referencia algebraicos de una escritura ‘borromea’’ de las dificultades que plantea a la epistemología del psicoanálisis la crítica, que le es propia, de la noción de relación. La paradoja que enfrentamos consiste, en efecto, en representar esas tres instancias en su situación de ‘no-relación’, y la construcción ‘borromea’ atiende a ello, en cuanto los nudos con los que constituye su trama nunca se asocian en una relación dual, sino que se ligan siempre en virtud de su dependencia como un ‘tercer’ nudo. Cada uno de los nudos ‘borromeos’ interviene entonces en tanto que agujero, para dejar pasar el hilo que sostiene, en cada una de las parejas de ‘nudos de hilo’ considerados de entrada, su articulación con el tercero y la posibilidad de su ‘calce’. 2. Más precisamente, se tratará de especificar el agujero de lo real, el agujero de lo simbólico y el agujero de lo imaginario. El primer, el de lo simbólico, se definirá por la ‘insistencia’, en virtud de la cual la cadena metonímica de la palabra se desarrolla desde sus propias lagunas. El segundo, el de lo imaginario, se caracteriza por la ‘consistencia’, de la cual la imagen especular nos proporciona la primera ilustración. El agujero de lo real, por la ‘existencia’ es decir, por la referencia de todo real a un ‘fuera de sí’. (Kaufman, 1996: 432). 10 Shirley Longan Phillips REFERENCIAS Chatain, Gilbert D. (1996). Rhetoric & Culture in Lacan Great Britain: Cambridge University Press. Chevalier, Jean y Gheerbrant Alain (1996). Dictionary of Symbols. Great Britain: Penguin Books. Kaufmann, Pierre (director). (1996) Elementos para una enciclopedia del Psicoanálisis. Argentina: Editorial Paidós. Gárate Ignacio y Marinas José Miguel (2003). Lacan en español: [Breviario de lectura]. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva. Lacan, Jacques (1984). El seminario de Jacques Lacan. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales. Buenos Aires: Paidós. Laplanche J. y JB Pontalis (1987). Diccionario de Psicoanálisis. Tercera edición. Editorial Labor, 1987. Lugones, Leopoldo (1995). “Los ojos de la reina” en El Vaso de alabastro y otros cuentos. España: Editorial Alianza: Alianza Cien #78. Miller, Jacques-Alain (1984). El seminario de Jacques Lacan. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis 1964. México: Ediciones Paidós: Padilla, M.R. (1997). Dioses mitológicos. España: Editores S.L. Spence, Lewis. (1995). Egipto, España: M.E. Editores S.L. Vernant J.P. (1973). Mito y pensamiento en la Grecia Antigua. 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